Efectos secundarios

Mucha ilusión cuando llegaron al correo las entradas para ver el partido de basket del sorteo de la publicitaria correspondiente, no era de liga europea, pero que cojones, era un buen partido y encima, dos entradas, para poder ir con un amigo. Cuando pregunté más o menos la ubicación, molaba, por detrás del banquillo local y demás, en definitiva, planazo para Domingo.

El partido, no empezó como debiera, no es ya sólo el diez en contra de inicio, y el fallo en el acta inicial que nos dejó una insólita imagen con tres pivots, fue la llegada en ese momento de dos personas que nos indicaron que no estábamos sentados en el asiento que correspondía...La duda, el buscar el papel de la entrada, la confusión de esos momentos de inicio del partido, la desagradable sensación de que hayas errado aunque sea por un asiento y la mirada de soberbia de la persona que iba a ocupar mi asiento.

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Fue desagradable, lo reconozco, de primeras, me recordó a una clienta que tuve el placer de quitarme hace un año, no, no era ella, pero si un estilo, de esas mujeres muy de casa, de aferradas a las faldas de los padres que pasada la cincuentena y con una buena posición económica, se lanzan a conocer mundo de la mano del primer pardillo o desaprensivo que consienta estar a su lado. No, no era ella, pero me fue desagradable, no me gustan los perfumes de olores fuertes, los tintes de pelo tan negruzcos, esos maquillajes entre muñeca rusa y geisha destintada. Me resistí a preguntar de cambiar el sitio a mi amigo, no quería crear más incomodidad en la escena, a pesar que el roce de sus ropajes al sentarse, plenos de poliesters y bordados, me hicieron erizar la piel en una muestra del rechazo más absoluto de todo su ser.

El chico, normal, anodino, no podría destacar nada de él excepto su vestir muy normativo respecto a la decadencia y el poco gusto de ir de encajes a un partido de basket, pero claro, eso son percepciones mías. El partido, fue una paliza del equipo visitante de principio a fin por lo que cada movimiento de mis vecinos de fila, no pasaba inadvertido para mi. Un botellin de agua pequeño compartido, unas palomitas, y un perrito de olor asqueroso a ketchup que hizo revolverse más aún las tripas a mi pobre cuerpo.

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La segunda parte, no fue mejor, tras un inicio que quedó claro que iba a haber pocas sorpresas, ya los vídeos marcadores, eran la referencia, ver las faltas, los puntos, los parciales, los colorines y demás, hasta que me quedé ensimismado en la contemplación de mi propio reflejo en pantalla, el realizar, había tenido a bien a encuadrarme en un inmenso e infame corazón con mi desafortunada vecina de asiento, mi cara mutó a sorpresa, pensé por un instante en lo estúpido que era el realizar o si era una mala broma del destino, hasta que en un instante fugaz noté su rostro sobre el mío y una lengua suave que se introdujo en la abertura que había dejado la estupefacción en mi rostro. Fue breve, intenso, pero asquerosamente desagradable notar ese olor polvos de maquillaje, ketchup y sentir esa lengua como una anguila buscando la mía en el breve instante que tardé en apartarme, incluso con violencia.

Ha sido por la cena

Dijo ella como disculpa mientras esbozaba una medio sonrisa que precipitó aún más las sensaciones de nausea que cruzaban mi cuerpo. Íbamos perdiendo de veinte, nadie dijo nada, fue sólo una ráfaga, como una ola que te coge a traición al salir del mar, para ti un instante infinito, para el resto, apenas un suspiro. Mi amigo no dijo nada, ni media sonrisa, supongo que se estaría conteniendo la risa conocedor de mi temperamento volcánico y levantisco, el acompañante de ella, no inmutó la cara y en breves instantes le volvió a coger la mano como si no hubiera pasado nada, el enfado, se concentraba en la figura del entrenador desesperado por la pasividad de sus jugadores en ambos lados de la canasta.

La partida, fue una derrota inútil, en el último cuarto, salieron los jugadores más faltos de minutos, los espectadores iban abandonando la grada, a mi lado, la pareja seguía sin comentar ni moverse, ninguno de los lances de la partida. Mi amigo, bicheaba alguna app en busca de algún alma solitaria donde rematar la noche, la grada ostensiblemente mermada no cejaba en su lento desangrar de almas más pendiente de las fiestas que de la soberana soba que recibían los nuestros en el centro de la pista.

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Al final del partido, de nuevo en los marcadores mi rostro, que había ganado, que correspondía la cena en el italiano ese ostentoso cuya existencia siempre ignoraba...Sin tiempo para reaccionar o articular palabra, la señora, puso una mano en mi hombre, yo la recojo, lo dijo con la misma determinación que al inicio del primer cuarto reclamó el asiento que erróneamente le había usurpado, no dije nada, evitar cualquier momento desagradable más era mi máxima prioridad del momento. Antes de irse, se giró, me dio un billete de 50 euros,

Toma, por las molestias