Diario de confinamiento 19032020
Sigue el confinamiento, cada día que pasa una novedad, no tenía bastante con no poder usar las escaleras y zonas comunes, para proteger y protegerme de los vecinos, mayoría de población de riesgo. Bueno ahora también, que el coronavirus, permanece como treinta minutos en el aire después de ser expectorado por un contagiado, en fin confinamiento puro y duro.
Dentro de una casa, abrumado por BOEs, BOJAs, ruedas de prensa de unos y de otros, atender consultas, hacer algo de deporte y sobre todo, mantener la calma para estar consciente y racional. Divertimento, si los justos, uno de ellos es en las frecuentes visitas a la cocina, me gusta asomarme a la ventana exterior de lo que alguna vez fue un lavadero y ahora es parte integrante de la cocina, que para más detalles tiene orientación norte, la única parte de la casa que la tiene y me permite ver con bastante cercanía el bloque cercano y vislumbrar a lo lejos un trozo de montaña y mar de lo que una vez fue Málaga.
En el bloque de enfrente, mi entretenimiento, normalmente, no hay nada, pero a veces, la suerte me sonríe y la veo a ella, a Yolanda, la perra de mis vecinos. Yolanda, es una perra gorda, de un color blanco roto, de medio pelo y la cara negra en contraste, me hace mucha gracia porque está gorda de más, pero es ágil y juguetona cuando la he visto en la calle.
Su dueña es una señora de mediana edad, seca hasta decir basta, una suerte de hidalgo manchego, extrapolado al presente de barrio. Hacen un contraste divertido, ella tan seca, tan absorta en sus cigarrillos que consume ávidamente ignorando absolutamente todo lo demás.
Verlos pasear es divertido, en tiempos de confinamiento, verlos en la ventana, un lujo, Yolanda que así se llama la perra, se asoma olfatea, observa con desinterés, mientras tanto, su dueña fuma sumergida en una tumbona de playa con peor vida, en esa minúscula terraza, no la diviso, pero veo el humo de su permanentemente cigarrillo, incluso podría jurar que casi lo huelo.
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