EL VALOR DE LA AMISTAD Y LA SOLIDARIDAD

in #spanish6 years ago (edited)

Hoy deseo compartirles dos pequeñas historias.

En el colegio fui protagonista de dos contratiempos. El primero estaba en Kínder, cuando tenía 5 o 6 años; y el segundo, en sexto grado, con 11 años.

El primero no lo recuerdo, pero mi mamá me cuenta que volví del colegio afirmando que no volvería jamás, incluso tuvo que ir hablar con la maestra, solo recuerdo su rostro y su nombre: Nérida. Le contó lo que yo había dicho y le preguntó si alguna compañera me estaba atacando. La maestra le aclaró que la única atacada había sido una compañera mía por una piedra que yo había lanzado al azar.

El segundo contratiempo si lo recuerdo. Me encantaban los deportes, cualquiera que fuera, pero en esa ocasión estamos jugando futbolito en el patio del colegio, cuando el balón se quedó atascado en las ramas de una mata de mango. Para recuperarlo, mis compañeras y yo, comenzamos a lanzarle los mangos que se encontraban en el suelo. Al gastarse los mangos, opté por lanzar piedras.

La piedra trazó una parábola perfecta, esquivó todas las ramas y fue directo a la frente de una amiga; Fernanda soltó un grito desgarrador que retumbo en todo el colegio y que nos dejó a todas en silencio. La sangre comenzó a manar como de una tubería rota. Fue la primera vez que vi tanta sangre brotar de alguien. Pensaba que le había destrozado el cerebro. Un trabajador del colegio la cargó y se la llevó por un corredor hacia la enfermería. Fernanda no dejaba de llorar.

Más tarde, Fernanda llegó al salón con una camiseta nueva de educación física y una venda con gasa en la frente. Nos mostró orgullosa la herida, como un trofeo de guerra. Gracias a Dios era más pequeña de lo que imaginé.

Unos años después, cierto día en que Fernanda llegó con el pelo completamente rapado, por cuestiones de piojos, logré visualizar otra cicatriz del lado contrario de su frente. En broma comenté que yo sólo era la protagonista de una, y ella aclaró que la otra, se la habían hecho en kínder.

Inmediatamente tragué saliva y recordé la historia que me contaba mi mamá. Nunca se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que ambas pedradas hubieran tenido la misma destinataria.

Al volver a casa revisé mis fotos viejas del colegio: Fernanda era una de las pocas compañeras que ya para ese entonces estudiaban conmigo, en el mismo grupo.

Posiblemente siempre supo que yo había sido su primera victimaria, pero prefirió no decírmelo ni a nadie para no incomodarme. Debo ser la única niña que ha tenido contratiempos en dos ocasiones con la misma persona.

Me pregunto: cuántos damnificados vamos dejando a nuestro paso, sin darnos cuenta o sin siquiera recordarlo. Uno se acuerda más de los traumas que le han infligido y casi nunca de los daños que causamos a los demás.

En esa misma tónica, nos acordamos más de los amigos que nos han brindado bondades y favores, y olvidamos los más valiosos: los que han soportado nuestros errores, defectos, desmanes y torpezas. Hasta hoy, me había acordado más del consuelo y la generosidad explícita de Luisa, que de la paciencia y la silenciosa nobleza de Fernanda, que siguió siendo una amiga leal y honesta a pesar de mis pedradas.

¿Qué les parece?

Es indudable que los seres humanos, por un mecanismo orientado a sólo recordar a quienes nos ayudan, solemos olvidar con mucha facilidad, las agresiones y perjuicios que podemos causarles a otras personas, amigos y familiares.

Es decir, vamos dejando un “prontuario” de malas expresiones, agresiones, descortesías, injusticias y todo tipo de afectaciones, a quienes nos rodean. Pocas veces, nos disponemos a reflexionar sobre esos efectos negativos hacia los demás. Un injustificado “sesgo” de egoísmo nos invade y es entonces que solo querernos recordar, a quienes nos ayudan, nos benefician y quienes nos brindan su solidaridad.

Es necesario, nos ayuda en nuestras vidas, que también nos dediquemos a “disculpar” y dar las respectivas compensaciones y excusas a quienes podamos afectar negativamente, con nuestros actos, es un hábito que debemos fortalecer. Debemos regar nuestro entorno de buenas acciones.


Fuente

Desarrollemos la amistad y la solidaridad.

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Dios mio, pobrecita Fernanda! Eso de las coincidencias le tomó toda una vida al psicólogo Carl Jung y no pudo probar nada. Qué extraño es el Universo, de tanto niños en la escuela, vuelve a tocarle a ella la piedra 😀

Y sí, es un hábito que debemos fortalecer en nuestras vidas. Dejar de sentirnos siempre la victima y ser consciente de las heridas que podemos abrir con nuestras palabras o incluso, con nuestra indiferencia.

Me encantó el tema.

Me alegro que sea de su agrado.
A veces los malos momentos tiene su lado positivo, este post es un ejemplo.

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