El pueblo y los ladrones (¿es justificable el robo?), por Leonardo Laverde B.
Hoy en el metro, un sujeto comenzó a criticar la dictadura: los constantes aumentos salariales, el despropósito de incentivar el embarazo precoz… Hasta allí, todo bien. Pero después este hombre comenzó a justificar el robo. No solo justificó el robo por el hambre y la necesidad de alimentar a la familia (argumento que, bueno o malo, es bastante común): aclaró que no defendía el robo a personas “que son tan pobres como uno”, sino a empresas, por ejemplo, supermercados, porque “esos sí tienen plata”, y organismos públicos, porque “total, los de arriba también roban”. “Ahorita nadie es honesto”, concluyó, y dio a entender que él mismo había puesto o pensaba poner en práctica su filosofía.
Yo podría decir ahora que moriría de hambre antes que pensar en robar algo. Sin embargo, no me he visto, felizmente, en la situación de ver a mi familia en peligro de muerte por inanición. Sea como sea, lo que me parece absolutamente condenable de esta escena, más que el robo en sí, es su justificación. La presentación de la opción criminal como algo positivo. La idea de que la estabilidad económica de la víctima supone alguna diferencia desde el punto de vista moral. La falacia de escudar la propia conducta en la presunta culpabilidad ajena. O la creencia de que el robo a una gran empresa o un organismo público no termina perjudicando a los más pobres, que posiblemente terminen robando a su vez (esto me recuerda el cuento “La oveja negra” de Italo Calvino).
Ese individuo que tanto criticaba a la dictadura, se le parece más de lo que cree. Es más, probablemente él también votó a favor de las confiscaciones, el fraude electoral y todas las formas del revanchismo, hasta que le fue evidente que las consecuencias de todo esto también lo afectaban a él.
¿Un pueblo comprensivo con el robo eligió un gobierno de ladrones? ¿Un gobierno de ladrones modeló un pueblo a su imagen y semejanza? ¿Se retroalimentaron ambos en un proceso de corrupción mutua? Haya sido el huevo o la gallina, el resultado es el mismo: hoy la gallina está muerta, y todos se preguntan –desconcertados, famélicos– adónde fueron los huevos.