Saludos amigos de Steemit, hace pocos días me invitaron a participar en este hermoso reto y aún no publicaba nada al respecto, porque al tratar de evocar un gesto bondadoso de mi parte me encontraba estancada, y no es que, nunca haya sido caritativa, si no que, prefiero contar mi experiencia recibiendo un gran acto de bondad porque aún lo recuerdo y lo agradezco de todo corazón.

He recibido mucha ayuda a lo largo de mi vida, de gente muy amable y muy bonita de corazón, entre ellos mi madre y mi padre quiénes siempre han estado allí para apoyarme en cualquier circunstancia. La historia que quiero contar, ocurrió hace ya cinco años, cuando acababa de nacer mi primera hija.

Al regresar de los centros hospitalarios después de un parto, la familia y sobre todo los felices padres, generalmente se disponen a disfrutar del bebé recién llegado y a procurar que la madre descanse. Ese no fue nuestro caso.

Al día siguiente de nacer mi niña y después de llegar a casa, cuando mi madre se disponía a darle su primer baño a la bebé, notó con angustia que ésta se asfixiaba y desesperada llamó a mi esposo quién sin pensarlo dos veces chupó la naricita de mi hijita y logró extraer una especie de moco o baba, inmediatamente ella empezó a respirar con normalidad de nuevo.

Ese angustiante episodio se repitió una o dos veces esa noche, haciéndoles salir a mi madre y a mi esposo, disparados al hospital (yo no podía ir debido a la cesárea que recién me habían practicado). Allá les decían “seguramente aspiraron mal a la niña cuando nació” y le realizaban el respectivo procedimiento de aspirado para que, “según ellos” la bebé ya no sufriera asfixias. Sin embargo, los días pasaban y mi hija se me asfixiaba una y otra vez en mis brazos, corríamos al hospital desesperados prácticamente todos los días y no encontrábamos solución alguna.

Aprendimos a turnarnos para dormir, 10 minutos mi esposo, 10 minutos yo, y así pasábamos las noches vigilando el sueño de nuestra niña, aterrados de quedarnos dormidos y de no darnos cuenta si empezaba a asfixiarse de nuevo. No nos atrevíamos a apagar la luz de la habitación, era un miedo paralizante el que nos recorría el cuerpo y el alma.

A los 19 días de nacida y después de llevarla a distintos especialistas, dimos por fin con el pediatra que supo reconocer lo que tenía nuestra hija, nos explicó que ésta sufría de reflujo gástrico, porque su estomaguito no estaba suficientemente maduro aún y que ameritaba con urgencia un medicamento que le ayudaría a terminar de desarrollar su sistema digestivo, además de protegerlo y evitar los reflujos.

Nos sentimos realmente aliviados al saber, por fin, a qué nos enfrentábamos y cuál era la solución, pero la alegría se desvaneció de inmediato pues nos enteramos que el medicamento en cuestión estaba desaparecido (ya les conté que soy venezolana) y que la fábrica tenía alrededor de seis meses que no lo producía…

Mi madre (mi salvadora en miles de ocasiones) me sugirió que utilizará las redes sociales para contactar personas que hubiesen utilizado el remedio y que tal vez les sobrara para solicitarles que nos lo vendieran. (En este punto quiero aclarar que, aún mi país no estaba tan descompuesto y todavía no se utilizaba mucho el Facebook para solicitar medicinas).

Decidimos seguir el consejo de mamá e hicimos publicaciones buscando quién nos pudiera vender, los sobres del medicamento que les sobraran y como Dios es maravilloso y las personas también, las respuestas no tardaron en llegar.

El tratamiento para nuestra niña ameritaba un sobre diario por 45 días y logramos obtener 90 sobrecitos, es decir, más de los que necesitábamos. Al final cuando cumplimos el tratamiento a cabalidad, decidimos devolver el gesto y averiguamos que niño podría estar necesitando el mismo medicamento, supimos de un caso en el hospital, así que le entregamos los sobres al pediatra que curó a nuestra hija y éste hizo lo propio entregando a los padres del niño los sobres que le donamos.

Dedico este párrafo a las dos almas bondadosas que no dudaron un segundo en llamarnos y regalarnos el tratamiento que sanó a nuestra hermosa hija. Una de ellas es mi tía-madrina Ingrid Navarro, que buscó entre sus conocidos hasta que nos encontró sobres del medicamento. Y la otra es mi amiga y colega Yanitza Belisario, ella tenía sobres de la medicina porque los había necesitado para su hija y no vaciló en donarlos a nuestra causa.

Actualmente nuestra niña tiene 5 años, es muy sana, alegre, inteligente, curiosa, traviesa, juguetona y muy pero muy feliz. Yo aún duermo con alguna luz que ilumine, aunque sea tenuemente la habitación, creo que el miedo de una madre no se va así de fácil, necesito mirarla cuando duerme y protegerla de cualquier cosa que perturbe su sueño.

Mi agradecimiento es infinito y trato en lo posible de copiar el comportamiento bondadoso que aprendí de esas dos buenas mujeres, quizás para ellas solo fue un donativo, pero para nosotros significó la salud y el bienestar de mi hija. Y eso no tiene precio.