Sobre el teatro contemporáneo

Hay a la hora de hacer y pensar el drama dos tendencias fundamentales que vienen, al menos en lo que tenemos bien registrado, desde las obras comentadas por el griego Aristóteles. La primera, que es la que defendía el pensador en su Poética, tiene que ver con el predominio de la acción en la estructura de la obra. Hombres en acción nos decía el filósofo que era lo que se representaba en un drama, y a partir de eso se articulaban los demás elementos de la obra. La segunda tendencia corresponde a la importancia primordial que se le da al carácter, al comportamiento, a la psicología del personaje a la hora de concebir el drama; todos aquellos aspectos internos que hacen que un hombre tome sus decisiones y entre en acción. Tendencia que aunque tuvo su mayor auge a principios del siglo pasado gracias al desarrollo de la psicología moderna y la inclusión de sus conceptos en el campo del teatro, ha estado presente también en la dramaturgia de todos los tiempos. El mismo Aristóteles reclamaba en alguna de las obras que estudió, el excesivo detalle con el que se intentaba describir el estilo de comportamiento y rasgos de un personaje, advirtiendo que esto entorpecía la verdadera esencia de una obra, que era el desarrollo de la acción.

El elemento común en ambas tendencias es la calidad corpórea que más allá de la literatura tiene la dramaturgia. En un proceso en el que el autor no necesariamente participa se da la materialización que a través de la interpretación que de su obra realizan los artistas escénicos, de los cuales es el actor el que ofrecerá su corporalidad y su psique a los personajes y sus acciones. En otras palabras, una obra de teatro escrita es una potencia en espera de volverse acto gracias a un cuerpo que se conforma en la imaginación desde la lectura y se encarna en un actor en la escena.

A diferencia de otras artes en las que las herramientas para su realización han evolucionado de acuerdo a las tecnologías de las distintas épocas, el cuerpo del actor, principal instrumento del teatro, sigue siendo el mismo de hace cientos de miles de años, como ser humano que también es. Si fuéramos más osados podríamos afirmar que la experiencia humana, que es la materia principal del teatro, tampoco ha cambiado tanto a pesar de las distintas épocas por las que ha pasado. Es claro que las sociedades se han modificado y la Historia sigue su marcha, así también sucede tanto en la dramaturgia como en las técnicas de producción de la puesta en escena, pero estos cambios formales sólo han servido para hablar a cada época en su propio lenguaje de cosas que no han cambiado desde el inicio de los tiempos, los principios del comportamiento y las relaciones humanas.

Así, tenemos que en el teatro siempre se encontrarán entremezclados elementos del comportamiento humano que vienen de tiempos inmemoriales, con formas renovadas de ver y entender el mundo que nos rodea. No importa tanto en qué medida un autor enfatice más la acción o el carácter, o qué tanto se empeñe en encontrar formas nuevas de escribir para la escena, siempre estará ligado a un arte en que la tradición y la originalidad tienen que coexistir para hablar cabalmente del ser humano.

Podemos suponer, de acuerdo a estas ideas, que en tanto el dramaturgo y los artistas escénicos estén en plena conexión con su tiempo, comprometidos con los temas y problemáticas que envuelven a sus coetáneos, conocedores también de su oficio y de su historia, estaremos ante creadores del teatro contemporáneo.

La tradición clásica

Sin embargo no son únicamente los dramaturgos contemporáneos quienes hacen un teatro de actualidad, hay también autores que por su genialidad o por haber vivido en épocas en las que la necesidad del teatro les hizo desarrollar su arte a tal nivel de universalidad, que aún hoy sus obras nos siguen transformando. A estos autores podremos llamarlos clásicos. Pensemos que en el teatro la condición de presencia permite la verificación en el aquí y ahora de cualquier suceso. La puesta en escena se da a la tarea de conectarnos de manera actualizada con los textos dramáticos antiguos. Aunque estemos ante la posible historia de un príncipe danés como lo fue Hamlet, sus actos suceden hoy ante nuestra mirada.

---

David Tennant, como Hamlet
Royal Shakespeare's Company
UK
(Fuente)

---

Cada época del teatro se ha nutrido de las formas que le han precedido, nuevas obras que surgen a partir del diálogo que se tiene con los autores que ya han recorrido el camino. Desde la época del Renacimiento se practicaba la escritura dramática a partir de los modelos literarios antiguos combinando los motivos del pasado con el lenguaje y ambientaciones más o menos actualizadas, pero fue en el siglo XVIII cuando empezó a darse la puesta en escena de los textos de los autores clásicos tal cual fueron escritos, el público fue aprendiendo, con cierta dificultad, a escuchar esa voz y reconocerla como propia. Si bien en un principio el montaje de estos autores implicaba para los artistas escénicos la obligación de imprimir realismo a estos montajes, es decir, de respetar el texto y presentarlos lo más apegado al contexto de su época, terminó por llegar el tiempo en que esta obligación tendiente a lo académico cesó.

Hacia el siglo XX, y sobre todo después de la segunda mitad, esta necesidad de respetar y presentar a los clásicos de forma arqueológica fue dejándose de lado para dar paso a puestas en escena que utilizando elementos actuales recreara aquellas obras antiguas en contextos temporales diversos, con referentes en mayor sintonía con el espectador, generándose así nuevas lecturas y significados, descubriéndose nuevos valores y reforzando la idea de la universalidad contenida en aquellas piezas. A partir de esta experimentación no sólo ganó la escena, sino que nuevos aires se brindaban también a la dramaturgia contemporánea que ha nutrido su exploración con las variadas tradiciones de la escena que se han dado en la Historia del Teatro.

Este proceso siguió su integración de los diversos aprendizajes culturales, de manera que hoy podemos ver ya no sólo a los clásicos de nuestra tradición occidental, sino que otras culturas se han hecho presentes y vivas, nutriendo a los hacedores de teatro y a los espectadores de todo el orbe, como lo han comprobado con sus compañías multiculturales creadores como Eugenio Barba o Peter Brook.

La palabra y la lógica

Una gran transformación surgió a través de un impulso manifiesto en varios artistas de finales del XIX y principios del XX: “Escandalizar al burgués”. Esto fue lo que propició el Padre Ubú, ese personaje que creara Alfred Jarry, al presentarse por primera vez en escena y soltar su primer parlamento: "Merdre". En ese momento todas las reglas que se habían creado para hacer un teatro de “buen gusto” y en el que el espectador burgués se sintiera cómodo, se rompieron. No por nada ese otro visionario que fue Antonin Artaud, nombró “Alfred Jarry” al teatro en el que pondría en práctica sus ideas transformadoras de la escena. Artaud concebía un teatro en el que se erradicara el dominio absoluto del dramaturgo, un teatro en el que la palabra, que había perdido su impulso vital dejara de ser el lenguaje del teatro, para dar paso a los gestos, los impulsos y las más profundas emociones humanas. Un teatro que impactara todos los sentidos, convirtiéndose para actores y espectadores en una necesidad vital.

Aunque Artaud no llegó a realizar cabalmente sus ideas ya que no llegó a estructurarlas en una técnica, sí sirvió de inspiración a muchos artistas escénicos que se dieron a la tarea de encontrar los medios de llevarlas a la práctica. No desapareció la palabra del teatro, ni la dramaturgia, pero sí aparecieron nuevas relaciones entre el autor y el actor, y entre éste y el público; nuevas experiencias escénicas basadas no ya en un texto escrito sino en una reconfiguración de las convenciones teatrales. El happening, el performance, la intervención, como experiencias escénicas basadas no en la ficción, sino en el “aquí y ahora” de la interacción con un espectador que se encuentra fuera del contexto “cerrado” de un teatro, empleando en este contacto diversos lenguajes literarios, visuales, plásticos y sonoros.

---

Alejandro Jodorowski destruyendo un piano en TV
(Fuente)

---

Ante la nueva experiencia del rompimiento de los paradigmas que se venían dando no sólo en el campo de la literatura y de las artes, sino que también en los sistemas de pensamiento y de convivencia social, los dramaturgos fueron descubriendo nuevas convenciones y estructuras en las que la palabra ha adquirido otros valores, rompiendo la lógica unívoca del discurso, la sintaxis, usando contraposición entre texto y acción, la repetición, la coralidad, la intertextualidad, el collage, la usencia de signos de puntuación. La dramaturgia actual no pretende comprometerse con ninguno de los elementos principales del drama, ni con la acción ni con el personaje ni con el conflicto, sino que los mezcla en diversas cualidades que no necesariamente intentan una sensación de causalidad o de sentido, sino que incluso podrían oponerse a ello. Todo ello representa la realidad según la están percibiendo los dramaturgos de acuerdo a la cultura de la posmodernidad.

Al día de hoy el dramaturgo tiene ya muy pocas ataduras que ciñan su trabajo a alguna regla que determine el valor o el éxito artístico de su pieza, más que las que su propia búsqueda y rigor le impongan y la conexión que logre con sus espectadores. El panorama de la dramaturgia es amplio en estos días, y los estilos incontables, tanto que a veces se hace difícil reconocer el valor verdadero de una obra; ya por ser estructuras estrechamente ligadas a la escenificación, por la diversidad de sus personajes y líneas de acción o por la carencia de estos. No debemos dejar de lado que tras esta amplia libertad se justifica muchas veces la falta de rigor y a veces de imaginación, como en otras áreas del arte contemporáneo.

Tocará a la Historia y a los públicos seleccionar las obras, estilos y formatos del repertorio contemporáneo que habrán de perpetuarse para seguir nutriendo en adelante este arte ancestral.

---

Ensayo sobre débiles, del dramaturgo Alberto Villareal
México
(Fuente)

---

Material bibliográfico de referencia:

Macgowan, K., & Melnitz, W. (1997). Las edades de oro del teatro. México: Fondo de Cultura Económica.

Berthold, M. (1974). Historia social del teatro (Vol. 1). España: Guadarrama, Ediciones Bolsillo.

Obregón, R. (2003) Utopias aplazadas: últimas teatralidades del siglo XX, México: Conaculta, DGP, Cenart, Conjunciones.

Pavis, P. (2000) El análisis de los espectáculos, España: Paidos.

---

@LeVeuf

---

---

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.