Micro cuento - La sociedad de los madrugadores

in #spanish7 years ago

Jueves, 5:00 de la mañana, la calle todavía estaba oscura, la neblina cubría todo. La señora María Elena López caminaba hacia el centro comercial Uslar. Estaba agotada; tenía ojeras, iba sin maquillaje y estaba completamente despeinada. Se dirigía hacia allá porque iba a hacer la cola del supermercado Unicasa. La cola era larga, tanto así, que el primero de la torcida fila no se veía.

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—Esto es insólito, cada semana me levanto más temprano, y cada vez agarro más atrás esta bendita cola. ¡Esto es Increíble! —dijo María, mientras que con sus manos, arreglaba un poco su desmelenada cabellera.

—No se ponga así, mija, es malísimo estar agarrando calenteras a esta hora —comento la señora que estaba adelante de María en la cola—. El otro día, a una muchacha le dio una patulequera por eso mismo.

—Ay, no, ¡cancelado!, eso es lo que falta, ¿Se imagina que yo me desmaye aquí? —dijo María, con tono de preocupación.

—Ah, bueno, entonces quédese tranquilita, pa’ que nada de eso le esté dando. Además, mija, en esta cola siempre es lo mismo: los condenados bachaqueros, llegan a las 3 de la mañana y le guardan el puesto a la mamá, al papá, a la abuelita y a Serafín —replico la señora, con los brazos cruzados.

—Eso es cierto, señora, pero eso ocurre por falta de organización. Marta, la de la junta comunal, siempre dice que van a entregar números para que este caos no ocurra, pero fíjese, sigue pasando y uno al final siempre se queda sin comprar —añadió María, quien también se cruzó de brazos.

— Qué le puedo decir, mija. Por cierto, hoy y que llega harina pan.

— Café, café, compre su cafecito. Café, café —gritaba un buhonero, que pasó a un lado de ellas con un termo bastante deteriorado y de color rojo.

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—Yo tengo meses sin saber lo que es una arepa —dijo María, con una risa que solo demostraba asco—. ¿Y será que llegaremos a comprar?

—No creo, mija, pero Dios quiera. En la casa ya estamos cansados de comer pan.

— ¿Y cuándo será que se acabe esto, señora? —dijo María, con lágrimas en los ojos.

— Cuando tumben al metrobusero ese. Todo esto es culpa de él y del otro que se murió. Esta robolución hundió al país, mija, nos puso peor que Cuba —sentenció la señora.

María se secó los ojos, suspiró varias veces, se acomodó el suéter y se apoyó de la reja del centro comercial y se dispuso a esperar. Qué tristeza, qué triste es mi país. Pensar en lo que fuimos y en qué nos convertimos. Qué tristeza. Pensó María

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