... La joven llegó corriendo a la universidad, iba tarde a clases. El eficiente Metro de Caracas, como es costumbre, estuvo más lento que un caracol. Entró al salón, pidió disculpas por su retraso y se sentó a recibir clases. Al salir se reunió con su amiga Laura, comieron juntas y hablaron un rato, Laura quería quedarse a ver una película, pero Tatiana se tenía que ir, ya se le hacía tarde, debía ir a trabajar.

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Al finalizar su jornada laboral, regresó a casa. Los postes de luz no funcionaban, el frío del cerro empezaba a bajar, los silbidos de los malandros se escuchaban a lo lejos, en las camionetas no entraba ni un alfiler. 

—Hasta que por fin llega la niña —exclamó Maribel—. ¿Dónde andabas?, ¿Tú crees que la comida se cocina sola? Y esa perra tuya tiene la casa podrida… Vamos, a ver si la limpias. 

—Gracias, sí, me fue bien en clases —respondió la señorita Tatiana, y acto seguido se quitó el bolso y lo lanzó al sofá—. ¿Y, qué voy a cenar yo? 

—Para ti no hay nada, la comida que hay allí es para tu hermana, se la cocinas cuanto antes y deja de molestar, que estoy hablando por teléfono —concluyó la madre. 

Al terminar todas las labores domésticas, con mucha hambre y con los ojos entrecerrados, la joven revisó su teléfono celular, su amiga Laura le había escrito.

 

—Hola, chama. Mira, el martes que viene vamos a decorar la Escuela, por la Navidad. ¿Te animarías a ir? —preguntaba. 

—Sí, amiguita, yo puedo ayudarlas —contestó la muchacha al mensaje. 

El madrugar, el tener que bajar y subir a pie casi todos los días los 12 pisos de su edificio, el enfrentarse a los espantos del Metro de Caracas en sus horas pico y a los maltratos de su madre, nada de eso es motivos para que Tatiana se niegue a colaborar: ella siempre tiene energías.

 Y llegó el martes, 5 de diciembre. Ese día que parecía tan cualquiera. Ese en que la vida de esta chica caraqueña (esta que ama, el arte profundamente) sufrió un cambio. La despidieron, su jefa tuvo que prescindir de personal por el aumento decretado por el presidente Nicolás Maduro. 

Caracas, amanecía rara. Ya era diciembre, esa época del año en donde que las casas están adornadas con luces de varios colores, que titilan en las noches de la ciudad; en la parte de afuera posan guirnaldas, nacimientos gigantes, renos y también el viejo Santa Claus. En las calles se escuchan gaitas y villancicos. Huele a pan de jamón, Panetone, ensalada de pollo, hallacas, pernil y ponche crema. Los niños están más ansiosos que nunca, esperan el día 25 para poder abrir todos los regalos que están en el pie del arbolito. Las familias se reúnen para celebrar la Navidad y el año nuevo (¿O es el año viejo lo que se celebra?, realmente nunca me ha quedado claro). Es una época bellísima o por lo menos en algún momento lo fue, ya no recuerdo la última Navidad que haya sido así. 

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