La Segunda hija

Clara era una niña rubia y triste, pero en honor a su nombre tenía los ojos de un azul transparente. Su madre creía que era suave, dulce y adaptada. Aunque Clara más bien, pensaba que era adoptada, e incluso rebuscó en el cajón de la cómoda de la habitación de sus padres hasta encontrar el libro de familia y poder comprobar que estaba allí escrito su nombre: Clara Peñalba Rocío, segunda hija del matrimonio de José Peñalba Moreno con Ángela Rocío Fuentes.
La hermana mayor de Clara, Lidia, apenas se llevaba con ésta quince meses de diferencia, era más abierta y atrevida. Cuando la madre les pedía ir a hacer algún recado a la tienda del barrio, Lidia era la que siempre se apuntaba. Alguna vez también iba Clara como aquella que fue a por patatas y le dieron a elegir entre viejas o nuevas, se puso roja como un tomate y tímidamente pidió medio kilo de cada clase.
Todavía recuerda cuando el verano pasado, su padre enseñaba a nadar a Lidia en la piscina grande, cuando ella apenas se atrevía a entrar en la de los pequeños. Clara sufría, no podía soportar que su padre hiciera más caso a su hermana.
Un día estaban hablando de los chicos que les gustaban, mientras Lidia elegía actores guapos y cantantes de la “tele”, Clara primero de todos, elegía a su padre. Y qué vergüenza pasó cuando estando todos a la mesa, incluida la abuela paterna que venía muy poco, Lidia les dijo que Clara quería casarse con su padre. Este suavemente le explicó que eso era imposible en medio del divertimento de todos los comensales.
El enfrentamiento entre las dos niñas era evidente, sus peleas y tirones de pelo eran habituales…,”yo no te tiro del pelo con todas mis fuerzas” dijo Lidia, “ah! Pues yo sí” le increpó Clara.
Encima, Clara recibía toda la ropa ya usada de su hermana, que era más grande, casi nunca estrenaba algo, lo que le suponía una gran frustración.
El tercer hermano, Sansón, era flaco y débil, le cortaban el pelo mientras dormía porque se revelaba cuando estaba despierto. Era tímido y se sentaba con Clara en el mismo banco durante el recreo del colegio. Allí en el patio, con Sansón a su lado, Clara sintió que debía protegerlo y se comprometió a cuidar de él de por vida.
Mamá Ángela se los llevaba a jugar al campo porque decidió que era más sano que la contaminada plaza del pueblo.
Ángela se preocupaba en exceso por sus hijos, les atendía lo mejor posible y estaba sola en su labor pues el padre, José, estaba como ausente.
Cierto día ocurrió algo insólito: Clara y Lidia jugaban corriendo en la calle, estaban con su padre. Clara cayó y se lastimó la pierna derecha.
La llevaron al hospital y la pusieron una escayola. José la acompañaba en el autobús a las revisiones del médico, hasta le regaló una muñeca, una caperucita roja con su cestita que tenía un panecillo y un tarrito de miel.
Clara estuvo bastante tiempo con la escayola en la pierna. Y nunca antes su padre le había hecho tanto caso. Estaba feliz y contenta al lado de su padre en el autobús cuando la llevaba al médico.
Para Clara era mucho tener a su padre para ella sola. Su padre que no estaba en casa y cuando estaba era como si no estuviese.
Sin embargo ella quería mucho a su padre.

Ya por fin, le quitaron la escayola. Pero Clara cojeaba. La madre le llevó a uno de los mejores médicos que no vio nada impidiendo el perfecto movimiento de la pierna. Luego la llevó a un segundo médico que tampoco observó nada anormal.
Ángela estaba sumamente preocupada pues su hijita seguía cojeando. Así que…Fueron a otro médico y éste la hizo pasear de un lado a otro de la sala, observándola muy atentamente.
Algo vio pues apartando a Ángela le susurró: “Tranquila señora, pues a su hija no le pasa nada, cojea porque quiere, déjela ya se le pasará”-
Y así fue, pasaron dos semanas y Clara dejó de cojear pues su padre seguía haciéndole poco caso y su madre se lo hacía demasiado.

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