Un Mito personal: Primera Parte

in #spanish6 years ago (edited)

‘La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza’.
[Jorge Luis Borges: La Biblioteca de Babel]

Últimamente, me ronda la cabeza con la persistencia de una visión. Ignoro si se ha producido un terremoto en el interior de esa desmochada biblioteca de Babel que son mis recuerdos y por defecto, parte de los estantes donde reposaban su sueño ostrácico algunos episodios de esa épica novela de mi juventud, se hayan mezclado inesperadamente con aquellos otros que en la actualidad ocupan los estantes más cercanos al hombre que soy en el presente. Pero, ¿qué es el presente, sino la prolongación del pasado y el pasado el embrión estacionario donde se gesta el presente?. ¿Y no sería descabellado suponer, que ese metafórico cordón umbilical que une a uno con el otro, cual vasos comunicantes, en ocasiones se invierta, haciendo bueno el axioma de Hermes Trismegisto acerca de que lo que está arriba es igual a lo que está abajo?. Ahora bien, ¿quién se hace esta pregunta: el joven del pasado o el hombre del presente?. Y ya puestos a preguntar: ¿dónde acaba uno y comienza el otro?. En realidad, poco importa, pues como afirmaba Luis Racionero, ¿a dónde merece la pena ir, si no es a ti mismo?. En ese viaje interior, pues, el hombre atraviesa el espejo, metafóricamente hablando, y se cuela de rondón en la biblioteca de Babel de su existencia. De uno de los estantes caídos, sobresalen unas hojas de pergamino cuarteadas por los años y recubiertas por un polvo de estrellas enanas con sabor a quasars. A través de ellas, hombre y muchacho se reencuentran en ese no man’s land o tierra de nadie, donde el Tiempo y el Espacio se vigilan mutuamente, no obstante sin llegar nunca a agredirse. Ambos, sin despegar los labios, se reconocen al instante, y obedeciendo a un impulso repentino, se funden en un estrecho abrazo, aunque el hombre no puede evitar sentirse voyeur de sí mismo, una vez perdida la naturalidad que caracterizaba al muchacho. El muchacho le invita a entrar cordialmente. Sobran las palabras. No hacen falta, pues el hombre recuerda el lugar, el mes y el año: Boronas de Otur, una aldea perdida cercana a Luarca; agosto; 1979. O quizás, un agosto paralelo de hace apenas un relativo suspiro...

2

Le llaman el alto de las Cruces, pero podría representar perfectamente el tridente de Poseidón; o quizás, esa runa de la Vida, que tiene la forma inequívoca de una pata de oca, objeto que muchos peregrinos llevan en su bolsillo, como antiguamente se llevaba una pata de conejo para amarrar a la propia sombra esa compleja y escurridiza anguila que se llama Suerte. La base del tridente, la formaría esa tortuosa carreterilla comarcal, desgravillada en muchos tramos, que partiendo de Otur, discurre entre montes umbríos, hasta llegar, luego de varios kilómetros, a éste punto, en el que se divide en tres ramales: el del centro y el de la derecha, que mueren respectivamente en la aldea de Boronas y en la casa del Pinto y el de la izquierda, que continúa hacia las montañas, en dirección al pueblo de la Artosa, al singular monte Pegueiros, recortado en la distancia como un pequeño y misterioso Olimpo de cumbres borrascosas y los dominios lunares del lobo. El lobo, precisamente, había sido protagonista la noche anterior y el hombre, fundida su consciencia con el alma del muchacho, se estremece recordando los aullidos, viéndose como aquél, arrebujado y hecho un ovillo, cubierto hasta la barbilla entre las sábanas del camastro improvisado en el salón. El tintineo de los corales de un ganado inquieto abajo, en la cuadra y los benditos y a la vez tranquilizadores ronquidos del tío Félix, procedentes de la habitación de al lado y el crujido repentino de las tablas de madera del suelo. Las cortinas del balcón, parcialmente descorridas, dejan abierto un resquicio, por el que se cuela parte del universo aterciopelado y una luna, tan grande y tan llena, que provoca en el ánimo del muchacho la sensación de que va a tragarse a la tierra de un momento a otro. Algunas gotas de rocío se deslizan por los cristales, arrastrando en su frenética carrera hacia el nirvana del alféizar restos fósiles de mosquitos y carbonilla procedente del fogón de la cocina, que le parecen chorretes de rímel surcando el rostro compungido de una Dolorosa, similar, en su febril imaginación, a aquellas que los artistas barrocos representaban con el hijo muerto en brazos y que tanta impresión le causaban cuando las veía en una iglesia, hasta el punto de hacerle estremecer involuntariamente. Un nuevo aullido, lejano aunque sonoro, y triste como la dolosa agonía provocada por un adiós definitivo y después silencio...
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3

En Boronas no había iglesia. Pero sí una pequeña capilla dedicada a San Miguelín, que quedaba parcialmente oculta por un ejército de moreras, ortigas y esos hijos naturales del monte bravío, que son las aliagas y los helechos. Quedaba situada un poco más allá, recluida al fondo de la pendiente que subía al alto de las Cruces, apenas pasado el abrevadero de piedra, en cuyas aguas era frecuente encontrar variados tipos de pequeñas salamandras, aunque abundaban aquellas cuyo color naranja llamaba poderosamente la atención. No era raro, tampoco, encontrarse con esas horripilantes babosas, que por allí las gentes conocían con el curioso nombre de chimiacos. El chimiaco, bajo su punto de vista, era un ser de otro mundo. De otro planeta, o quizás, apurando lo inapurable, incluso de otro universo. En la imaginación del muchacho, cabía la posibilidad de que tal vez se tratara de un ser primigenio aunque venido a menos en los meandros insondables de la Evolución, quién sabe si pariente de esas pavorosas criaturas nacidas en la misógina imaginación de un extraño escritor norteamericano llamado Howard Phillips Lovecraft. Lo había descubierto no hacía mucho y se había estremecido con la lectura de esos macabros relatos acerca de los mitos de Cthulhu, ambientados en los peligrosos arrecifes de la costa de Massachussetts o en los impenetrables bosques de Connecticut y poblados con criaturas imposibles de definir, de nombres impronunciables, pero todas especialmente perversas y marcadamente dañinas para el hombre. El chimiaco adulto, mediría sus buenos treinta o cuarenta centímetros y como el caracol, dejaba tras de sí una estela viscosa y por supuesto asquerosa, que parecía condensarse con el calor, convirtiéndose en una costra del grosor y la consistencia de un pedazo de celofán, que se adhería como una lapa a la suela de los zapatos. Aunque los había albinos, generalmente todos lucían los mismos colores: como las orcas marinas, su panza, blanda y viscosa, era de color blanco y neg2ros la cabeza, incluidos los cuernos retráctiles, el lomo y una cola bífida. Su lentitud los hacía vulnerables, desde luego, pero dado que la naturaleza es sabia, y como al muchacho le habían dicho que no había animal que pudiera digerir uno y seguir viviendo para contarlo, desde entonces pensó que también eran, como los monstruos de los referidos mitos de Cthulhu, de Lovecraft, mortales de necesidad. Y como eran tan repulsivos, desde luego que no costaba nada apartarse de ellos y dejarles seguir en paz su agónico y eterno camino hacia quién sabe qué oscuros y repugnantes horizontes.

Fin de la Primera Parte

AVISO: se publicó por primera vez, bajo el título de 'El muchacho, el lobo y el hombre'.

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hola
aquí los llamamos limakos, seres incomprendidos,pero si los miras bien tienen su encanto, como todas las almas de esta madre tierra.

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feliz miércoles guapo

Es verdad, todas las criaturas, por feas que nos parezcan a priori, tienen su encanto y llevan con ellas parte de la magia de la naturaleza. La única diferencia que observo entre los que yo conocí en Asturias y este ejemplar que me mandas, es esa especie de cenefa atrigrada, que les da un toque, podría que decirse exótico. Gracias por el regalo. Feliz miércoles

jaja es que este es vasko , original hasta para eso

Sí, ja, ja...Imagino que cada comunidad tendrá sus propias especies.

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