Recuerdo que solía verlos a menudo en mi niñez, cuando acompañaba a mi madre al cementerio, a visitar la sepultura de un abuelo que emprendió el largo viaje a las estrellas, antes de que tuviéramos tiempo de conocernos y disfrutarnos, como suele ocurrir, normalmente, entre abuelos y nietos.

Con sus colores alegres, atrevidos y hasta podría decirse que psicodélicos en algunos casos, los pensamientos –siempre me he preguntado el por qué de este curioso nombre y ahora creo saberlo- eran para la soledad y la tristeza del lugar, un revulsivo semejante a la cruz para el vampiro.

Actualmente, me los suelo encontrar a menudo, como flores imprescindibles en muchos jardines y fuentes de Madrid, hasta el punto de poder decir –compártase esto o no- que el pensamiento, en el fondo, bien podría representar ese lado transgresor y alegre, que define a mi ciudad.

I remember that I used to see them often in my childhood, when I was accompanying my mother to the cemetery, to visit the grave of a grandfather who undertook the long journey to the stars, before we had time to get to know each other and enjoy ourselves, as is usually the case, between grandparents and grandchildren.

With its cheerful, daring and even psychedelic colors in some cases, the thoughts - I have always wondered why this curious name and now I think I know it - were for the loneliness and the sadness of the place, a revulsive similar to the cross for the vampire.

Currently, I often find them, as essential flowers in many gardens and fountains in Madrid, to the point of being able to say-whether this is true or not-that thought, in the end, could well represent that transgressive and cheerful side, which define my city

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