El Passeig de Grácia y Gaudí
Podría considerarse al Passeig de Grácia, esa arteria principal que atraviesa como una punta de lanza el dorado corazón de la Ciudad Condal, hasta desembocar en la emblemática Plaza de Cataluña y las inmediaciones de ese otro hito artístico y cultural, que es el Orfeó Catalá, pudiéndose admirar, como iconos inmortales de esa culturalidad contestataria y europeísta, denominada ‘Reinexança’, dos emblemáticos edificios de Gaudí –la Pedrera y la Casa Batlló- y esa no menos oportunista, interesante y genuinamente simbólica Casa Ametller, obra de un notable arquitecto –Josep Puich i Cadafalch-que algunas fuentes, quizás poco o nada objetivas, en realidad, tienden a considerar como rival de Gaudí.
Sea esto cierto o no –y creo que a estas alturas poco ha de importar, salvo que se considere un detalle meramente anecdótico, pues aunque las casas Batlló y Ametller están pegadas la una a la otra, ambos arquitectos siempre se respetaron- lo relevante de la cuestión y de hecho, lo que ignoran muchos de esos miles de turistas que sin importar la estación del año, visitan asiduamente Barcelona, es que todavía, si se fijan en algunos tramos de las aceras por las que caminan, dejándose llevar, quién sabe si ensimismados por la singularidad y la magnificencia de los edificios o por el reclamo impetuoso de las tiendas de Armani, Burberry o Löewe –frente a cuyos escaparates, uno desearía tener la lámpara maravillosa de Aladino para que el genio que mora dentro le concediera al menos uno de los tres deseos que se le pueden reclamar por tradición- fueron ideadas por Antoni Gaudí.
Cierto es, así mismo, que no son los originales, pero sí una réplica exacta de aquéllos, como también lo son los bancos y las farolas, que cada ciertos metros, dotan al paseo de un encanto muy peculiar, poco menos que únicos en su género y muy alejados, afortunadamente, de la fría artificialidad de sus congéneres modernos.
En dichos elementos, no faltan los símbolos universales con los que trabaja habitualmente la Madre Naturaleza en todas sus creaciones. Símbolos, obviamente, a los que Gaudí acudía en todas y cada una de sus maravillosas creaciones, no sólo como un ejemplo insuperable a seguir o cuando menos a imitar, sino también, después de todo, como un sello muy particular.
De tal manera, que entre la perfección de los hexágonos o celdas de colmenas, vemos ese símbolo universal, la espiral, conocida desde los albores de la humanidad, como lo demuestran los numerosos petroglifos que la representan no sólo en España, sino también en numerosos países y latitudes e incluso presente hasta en los últimos rincones de esa galaxia conocida como el Candil o el Farol por los antiguos navegantes, que es la Vía Láctea.
La ondulación de algunos tramos de acera, no sólo nos recuerda esas constantes vitales o ese ritmo de un corazón palpitante, sino que también nos induce a reflexionar en una cuestión de difícil solución incluso para la Ciencia moderna, como es el movimiento perpetuo, hasta el punto de que, dejándonos llevar por la sugestión –o si se prefiere, por la ensoñación- se puede llegar a tener la sensación de caminar sobre las olas del mar.
Los bancos, diseñados en algunos casos también como maceteros, llevan una sugestión similar, cuyas inclinaciones o curvaturas, a uno y otro lado, no sólo nos vuelve a recordar el movimiento ondulatorio de las olas, sino que también nos retrotrae a uno de los arquetipos ancestrales que más fascinación ha ejercido en la mente del hombre desde el alba de los tiempos: la serpiente.
O si se prefiere, ese inconsciente, disfrazado de ‘monstruo’ en los sueños, como diría C.G. Jung, al que hay que hacer frente y vencer –en numerosas iglesias medievales, se representaba a modo de un caballero luchando contra una serpiente, un dragón e incluso un león- que nos previene, a su manera, del padecimiento de una disfunción psíquica que puede terminar en neurosis.
Psicologías aparte, se podría decir que, ejerzan dichos diseños de forma diferente en cada uno, lo cierto, o cuando menos, lo previsible, es que también paseando o interactuando con ellos, se tiene la sensación de que la propia sombra –física, tal cual, lejos de cualquier otro aspecto oscuro de la personalidad- avanza, no obstante, entre dos mundos paralelos, tal y como, posiblemente, hubiera sido la intención de Gaudí a la hora de hacernos considerar sus extraordinarias creaciones.
diseño:@txatxy
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Impresionante la combinación arquitectónica, con el complemento de las estructuras de esas bellas edificaciones.
Así también la conexión de la vialidad peatonal con esas bellas aceras con pisos impresionantes y espacios intermedios se suman al ambiente vial automovilístico (las calzadas) que se encuentra integrado en un solo y amplio conjunto.
Las fotografías son maravillosas y su adscripción en esa bellas "lecturas"o notas integradas aumentan la belleza del trabajo.
Éxitos en en este tipo de publicación bien coordinada.
Saludos cordiales.
Muchas gracias por tu amable comentario, amigo @profeyer. La arquitectura y el diseño, tal y como los concebía Gaudí, no estaban reñidos con la vida, sino que ofrecían un modelo de integración y convivencia, pero observa que siempre buscando la complicidad de la Naturaleza hasta en los menores detalles. Saludos