El GPS lo carga el Diablo: un lugar llamado Temple

in #spanish6 years ago (edited)

Dejando atrás Hospital da Condesa, y apenas un kilómetro más adelante, un desvío a la derecha señala hacia el lugar donde se ubica Sabugos, así como también un pueblecito denominado Temple. Fuera de la ruta específica del Camino de las Estrellas a su paso por este hermoso pero difícil tramo, los peregrinos, no obstante, se adentran por este desvío pues, a unos cien metros, aproximadamente, su ruta continúa por un sendero rural, paralelo a la carretera general. Este sendero, queda convenientemente señalado por un mojón, en el que alguien, con toda la intención implícita, ha sustituido las típicas flechas y vieiras de señalización, por el esotérico símbolo de la pata de oca; aquélla, precisamente, que llamada Runa de la Vida, el peregrino ya ha tenido ocasión de observar como cruz y símbolo martirial -no olvidemos tampoco, a este respecto, la leyenda nórdica del dios Odín- en dos lugares muy determinados del Camino de Santiago: la iglesia templaria del Crucifijo, en Puente la Reina y la iglesia de Santa María del Camino o de las Victorias, en Carrión de los Condes.
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Pero no es el único símbolo que el peregrino puede encontrarse en este mojón; verá, además, una bota, y junto a ella, volverá a encontrarse -y quizás a depositar la propia- con pequeñas agrupaciones de piedras, que continúan manteniendo viva esa tradición, arcana y pagana, de comprar el favor de los lares viales o divinidades de los caminos -en la mitología clásica, recordemos esa equivalencia de carácter ctónico, en la moneda que inexcusablemente había que pagar al barquero Caronte para cruzar la laguna Estigia y acceder al Hades o reino de los muertos (1)- y asegurarse una buena y feliz andadura.
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La bota, por otra parte, y dejando a un lado la motivación personal del peregrino que, hemos de suponer, la depositó allí, podría hacer digna referencia al esfuerzo y al propio Camino; en definitiva, a la prueba felizmente superada y por consiguiente, al triunfo, convirtiéndose en otro símbolo más. Un símbolo, poco menos que recién adoptado que, por añadidura, los peregrinos más inquietos tendrán ocasión de volverse a encontrar, en forma de monumento de bronce, en la costa de ese Finis Terrae, que muchos tienen como última meta. Así mismo, envuelto en un plástico y atado por un cordón a la base superior del mojón -dejado probablemente por el mismo peregrino o por la peregrina que legó la bota a los lares viales, deshaciéndose a la vez de su ‘pasado’, una vez ‘renovado’ y simbólicamente hablando- un mapa, o quizás unas recomendaciones, esperan a cualquier viajero que pudiera necesitarlas. La solidaridad del Camino, pues, queda una vez más de manifiesto, en éste ignoto lugar de la ruta.
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Sabugos queda a un kilómetro y medio de este punto. Antes de llegar al pueblo, y en lo alto de esa cuña cerrada que forma la carretera, se localiza una pequeña y desvencijada ermita rural. Dejados atrás el pueblo y la ermita, la carretera desciende casi en picado hasta lo más profundo del valle, en un entorno que alterna lo espectacular de los cerrados bosques del norte –libres todavía de la plaga invasiva de árboles como el eucalipto- con los prados y los campos de labor. De las actividades ganaderas de la zona, ofrecen digno testimonio los rebaños de vacas que pastan apaciblemente en las laderas. Dos kilómetros más adelante, en lo más profundo del valle, un pueblecito de casas blancas, reformadas en su gran mayoría, recuerdan, con el nombre del que forman parte, el probable origen de sus antiguos moradores: templarios. Resulta extraño, que este detalle no lo mencionara en su guía el padre Elías Valiña. De hecho, no hace referencia alguna al lugar. Posiblemente, porque ya apenas tiene nada de interés, salvo el de conformar un apacible pueblo, anclado eternamente en su no menos apacible soledad, que sobrevive de la agricultura y la ganadería, principalmente, y que rebosa paz por los cuatro puntos cardinales. Ni siquiera la iglesia ofrece interés artístico alguno -salvo la nave, que podría haber sido románica en origen- ofreciendo una portada de lo más simple, como cualquiera de las portadas de las modernas iglesias de barrio de cualquier ciudad.
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Probablemente, los templarios que supuestamente moraron allí en los siglos XII-XIII y dieron su nombre al lugar, dispusieran de alguna granja. O mejor aún, si tenemos en cuenta que desde allí comienza otra ruta, denominada ‘dos muiños’ -de los molinos- tuvieran éstos sus orígenes en las ocupaciones agrícolas de los freires. Su interés, por tanto, resulta anecdótico y no tendría otro sentido que el de contribuir al mantenimiento de las demandas de sus hermanos combatientes en Tierra Santa y mantener la vigilancia –como las vecinas fortalezas, cuyas ruinas hoy en día, cubiertas de maleza, evocan nostálgicos recuerdos- sobre el lugar sagrado de O Cebreiro, donde, como se sabe, se custodia el Santo Cáliz del Milagro, lugar y objeto que algunos autores suponen que inspiraron en Wagner la idea del Montsalvat, de su ópera Parsifal. Pero hay un dato interesante, que tal vez merezca tenerse en cuenta, independientemente de lo que cada uno piense sobre esa curiosa circunstancia que se denomina casualidad: existe otro pueblo llamado Temple en Gurrea de Gállegos, provincia de Huesca. Lo descubrí de casualidad -valga la redundancia- pues el GPS no me reconocía este Temple cercano a O Cebreiro y paradójicamente, sí el otro Temple oscense. Pues bien, estando en el Temple de O Cebreiro, se me ocurrió poner el Temple de Gurrea de Gállego, como mi próximo destino. La distancia, calculada en kilómetros, me sobresaltó: 666. O como diría la canción de Iron Maiden (entre otros grupos de heavy metal): ‘Síx, six, six...the Number of the Beast. Es decir: seis, seis, seis...el Número de la Bestia del Apocalipsis. Dicho esto, que cada uno saque sus propias conclusiones: ¿casualidad o causalidad?.
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Notas:
(1) Costumbre que se mantuvo en muchos enterramientos de la Edad Media, donde se colocaban dos monedas en los ojos de los difuntos.

AVISO: Esta entrada, corregida y ampliada, se publicó por primera vez en mi blog RECUERDOS DE UN PEREGRINO. Tanto las fotografías, como el texto, son de mi exclusiva propiedad intelectual. La entrada original, a la que se enlaza convenientemente con STEEMIT, pueden encontrarla en la siguiente dirección: http://jc347.blogspot.com/2013/09/un-lugar-llamado-temple.thml

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Como siempre muy interesante este recorrido, me gusta como siempre visitas y nos das a conocer, fantásticos lugares o elementos que de una u otra manera tienen alguna relación con los templarios, que es un tema que disfruto mucho leer y me gustaría conocer mas profundo. Sobre tu titulo me hizo recordar que yo nací en el pueblo mas oriental de mi país y como referencia a lo lejano desde la capital se decía "Donde el Diablo botó los Zapatos", gracias por compartir, saludos

Gracias a ti por el interés con que lo lees. Por aquí también tenemos muchos refranes, aunque como alguno puede resultar ofensivo, prefiero poner por ejemplo aquél que dice 'en el quinto pino'. Los templarios fueron la organización más importante de la Edad Media, y también unos grandes encubridores de huellas. Seguir su rastro no es fácil, pero sí resulta una aventura apasionante. No todo en ellos era el realce de la caballería crística, que en su caso, la Iglesia rompió moldes (posteriormente las demás órdenes, como la del Hospital, fueron adaptándose a este privilegio) sino que también tenían una infraestructura monumental. Para que te hagas una idea, no creo errar mucho si la comparo con una 'multinacional' de la época. La aventura en Tierra Santa salía tremendamente costosa. Por eso, el Temple tuvo muchas granjas, muchos molinos y muchas tierras cuyos frutos proveían a los hermanos combatientes de Ultramar. Posiblemente Tierra Santa, como opinan muchos historiadores, fuera, después de todo, el lugar donde el Temple terminó 'quemando' su famoso tesoro. Un placer comentar contigo. Saludos

siempre han existido lugares donde los peregrinos depositan piedras o cualquier objeto no se si sera un tributo u ofrenda,como siempre un excelentísimo trabajo

En efecto, Mavel. Son costumbres ancestrales que se remontan al alba de los tiempos y que en cada época se van maquillando.

Los geniecillos del lugar gustan que les ofrendan piedrecillas, o zapas, al pasar por sus caminos. Si no los haces quizas guerréen. O gurréen. Preciosa la tierra de los jabugos. Perdón, Sabugos. Entre Osca y Cebreiro la bestia corretea con su nueva zapatilla.

Es lo que tiene. Quizás fuera porque quizás se me olvidara dejar mi piedra sobre el mojón. Pero en el fondo, deben de tenerme aprecio, lo cual no quiere decir, que de vez en cuando, pues se diviertan gastándome alguna jugarreta.

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