Boronas de Otur, Luarca y el Mito Personal (I)

in #spanish7 years ago

Aparte de ser una aldea perdida en el corazón de Asturias, Boronas de Otur venía a suponer, en mi memoria, una especie de isla evanescente y anclada en el tiempo, donde naufragábamos todos los años, siguiendo la estela del éxodo de ese metafórico Moisés que es el verano. Cinco casas, cuatro hórreos y dos paneras constituían, a grosso modo, la avanzadilla humana en un territorio netamente hostil –Arturo Pérez Reverte, lo llamaría ‘territorio comanche’- donde la naturaleza todavía imponía sus reglas de madre y madrastra y donde el hombre, a pesar del Plan Marshall y de los tractores importados al amigo americano, generalmente de la marca John Deere –que no hemos de confundir con el famoso mago, astrólogo, espía de la reina Isabel I de Inglaterra y albacea y traductor del Enoquiano o lenguaje de los ángeles- todavía tenía que procurarse el pan con el sudor de su frente, de manera que no era difícil observar la convivencia de éstos monstruos de la tecnología moderna, con los típicos carros tirados por una pareja de bueyes, que en poco o nada se diferenciaban de aquellos otros que perdieron su bravura milagrosamente para transportar el cuerpo del apóstol Santiago, en la vecina Galicia.
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En este pacífico lugar, todavía virgen en buena parte de su territorio, las viejas leyendas continuaban vigentes, conservando, en esencia, una parte importante de su fuerza original y en la mentalidad de las gentes, ya fuera porque el gigante inmisericorde de la industria todavía no había golpeado el lugar con toda la fuerza de su poderoso puño, los viejos dioses moraban, si no a sus anchas, sí al menos con cierta holgura, dando la impresión, después de todo, que el ostracismo podía llegar a convertirse, comparativamente hablando, en ese círculo mágico que mantenía a salvo al mago de los ataques de los demonios del exterior. En este sentido, y a modo de ayuda sobrenatural, o si se prefiere, espiritual, la santa caballería de Boronas, la formaban San Miguelín y Santa Gema, a los que se había levantado una ermita de dimensiones no mucho mayores que las de un peto o capilla de ánimas, cuya función, se supone, no era otra que la de liberar ánimas en pena de su cautiverio en el Purgatorio. Eran éstas, unas pequeñas construcciones, no más grandes que una casa de muñecas, que solían encontrarse los extraños a la entrada o a la salida de los pueblos y aldeas, así como también en las encrucijadas de los caminos, suplantando aquellos miliarios y aras, donde los pueblos precristianos veneraban a los dioses manes con la intención de que les procuraran un plácido viaje y donde los propios del lugar llevaban la contabilidad personal de faltas y deberes para con las almas de aquellos deudos a los que había sorprendido la Estantigua antes de arreglar sus asuntos en este mundo.
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La Estantigua, para entendernos, era en Asturias lo que la Santa Compaña en Galicia: una procesión espectral, que se presentaba sin avisar, para reclamar el alma del moribundo o en su defecto, de cualquier otra persona que hubiera sido señalada por la Señora del Tránsito. Evidentemente, ésta no era otra que la Muerte y en aquélla época, cuando yo comenzaba a familiarizarme con aquéllos escabrosos mitos, pensaba, quién sabe si ingenuamente, que la Muerte debía de estar tan ocupada en el resto de España, que necesitaba disponer de heraldos en Asturias y en Galicia para que la facilitaran el trabajo.
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A la casa familiar, se la conocía como ‘la casa del Mingo’. Como nunca me preocupé de averiguar el por qué de tan curioso apelativo, poco o nada puedo añadir al respecto, salvo el hecho –imagino que poco relevante para el mundo en general- de que siempre me he sentido orgulloso de mi condición de ‘minguín’, sentimiento al que había que añadir el que manifestaba también por mi barrio: el madrileño y siempre marginal Puente de Vallecas. Vallecano por derecho de nacimiento y minguín por herencia genética, los veranos en Asturias venían a ser el preludio de una gran aventura, donde merced a mi desbocada imaginación, me sentía como aquellos intrépidos pioneros que se aventuraban audazmente por las grandes praderas norteamericanas, avanzando siempre hacia el oeste, dejándose llevar por la fascinante seducción de un mundo nuevo, infinito y hermoso, pero también hostil.

Sort:  

Muy bien vista esa relación y continuidad entre las miniermitas en caminos y entradas de los pueblos con los antiguos miliarios y aras. "Boronas de Otur" suena muy bien. Y se ve precioso.

En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol, tan sólo transformismo. Además de eso, quedan todavía en ciertos lugares de Asturias, antiguas aras precristianas en pleno campo, reutilizadas para santificar el ganado y los campos con los sacramentos del cristianismo. Uno de tales lugares lo puedes encontrar en Pedroveya donde empieza o termina (según se mire) la senda del desfiladero de las Xanas. En otras iglesias, como la de Santa Olalla de Morcín, tienes un ara celta disimulada bajo un retablo cristiano, y en otra iglesia, cuya referencia oculto por el momento, se encontraron tres cráneos ocultos en una pared, por encima de una pequeña pila de agua bendita. Chivaselo a tu amigo onirista, a ver si se le ocurre algo.

Siempre pensé que los asturianos son la gente más tierna de España, hablan mucho en diminutivo, y con una musiquilla preciosa. Llamar a un santo Miguelín, no tiene precio.

Son una curiosa mezcla entre ternura y fuerza bruta, con un corazón de oro, en líneas generales, y la alegría de su herencia celta. San Miguelin es un apelativo cariñoso del Apolo cristiano, que encontrarás en pocos lugares. No obstante, habría que preguntarle al Cuélebre que tiene enroscado en sus pies.

beautiful post.

Por aquí pase, para conocer sobre Boronas de Otur :)

Pues, querida @marpa, bienvenida a mis orígenes. Parte de aquéllos maravillosos años de juventud en Boronas, los conté en cuatro capítulos durante mi primer año en Steemit, que llevaban por título El muchacho, el lobo y el hombre. Nunca olvidaré aquéllos felices años y las sensaciones tan intensas y emotivas que experimenté en aquél extraordinario lugar al que, quién sabe, si no regrese después de esta cuarentena. Cuídate mucho y un fuerte abrazo

una pariente mía, tía bisabuela creo, fue quien mandó a construir la capilla de San Miguilín!

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