Arte y Tarot. Reflexiones: II Mary Shelley
Siguiendo con esos supuestos paralelismos entre el mundo artístico y su posible relación con el fascinante mundo simbólico del Tarot, me viene a la memoria el nombre de una mujer, a la que la Historia, después de todo, no le ha hecho la justicia que realmente merecía: Mary Shelley. En vista de ello, así como examinando el trasfondo de su inmortal novela, creo que no sería tan descabellado pensar en la posibilidad de que Mary Shelley, una mujer brillante y de espíritu transgresor, aunque desgraciadamente sujeta sin remedio a los férreos convencionalismos de su época –la victoriana- se inspirara en otro Arcano Mayor del Tarot, liberando del inconsciente, a través de las claves de su no menos rico simbolismo, la trama de un argumento, que lejos estaba, entonces, de imaginar que algún día se convertiría en una obra maestra de la literatura universal: Frankenstein o el moderno Prometeo.
El Arcano Mayor número XIII, la Muerte, representa un arquetipo, en realidad, poco comprendido, cuya visión, generalmente, induce a un terror pánico en una humanidad consciente y a la vez temerosa de sus propias limitaciones, que no obstante, incluso sabiéndose rehén de éstas, mantiene un atisbo de esperanza, con los ojos puestos en los avances de una Ciencia, que hace siglos emprendió una carrera contra reloj, soñando con alcanzar su triunfo más deseado: la fuente de la eterna juventud. O lo que es lo mismo: la inmortalidad. Lejos de pretender iniciar un debate filosófico, encaminado siquiera a sugerir, que dentro de unos siglos o quizá menos, la Ciencia será el Dios del futuro, recomiendo observar con interés la carta a la que se está haciendo referencia, y despojándonos de nuestros miedos y tabúes, intentemos dialogar amistosamente con ella.
Pudiera darse el caso, de que Mary Shelley –al igual que yo, en el momento en el que estoy escribiendo estas líneas en el sosiego de mi habitación-, estuviera sentada plácidamente allá, junto a la espléndida chimenea del salón de la Villa Deodati, a escasos metros de la orilla del lago Leman, manteniendo en sus manos la carta en cuestión y observando ese patético y a la vez conmiserativo esqueleto empuñando una guadaña, le preguntara, en primer lugar, por su sonrisa: una sonrisa irónica, enigmática y aunque parezca una exageración, tan magnética, en el fondo, como la de la Gioconda de Leonardo, revele la de ésta o no, ocultos sentimientos incestuosos, según la opinión de Sigmund Freud. Y quizás, como me ocurre a mí en este momento, a su mente acudiera una respuesta, que pudiera haber sido, más o menos, como ésta: ‘No me conoces, y sin embargo me temes’. Pudiera ser, además, que un instante después, reparando en la acción de siega que el esqueleto está ejecutando, pensara en los viejos mitos de la renovación y comparara esos espeluznantes restos humanos que la guadaña va diseminando por el campo, con esas semillas de trigo que se vuelven a plantar, dando lugar a un proceso en continuo movimiento, donde ‘la muerte’, al fin y al cabo, no implicaría sino un aburrido trámite de espera, como aquél que penaliza al viajero en la aduana de un aeropuerto.
De ahí, a fabular con la posibilidad de crear vida a partir de fragmentos de cuerpos fallecidos, con vistas a la consecución de un individuo lo más perfecto posible –no olvidemos, de cualquier modo, que la historia surgió cuando la compañía en la que se encontraba, Lord Byron, su marido el poeta Percy Byshee Shelley y el médico John Polidori, entre otros, propusieron una ‘competición’ a ver quién escribía el cuento de terror más espeluznante, intentando divertirse aprovechando el escenario que les ofrecía la furibunda tormenta que se estaba desarrollando en el exterior-, no hay más que un paso. Y como dice el Tao Te King, de Lao Tsé:
'¿Se ha convertido en palabras vacías
El viejo axioma
"Lo que está incompleto
Se volverá entero"?
En verdad, es de este modo
Como todo vuelve al origen
Y recupera la integridad...'.
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