La globalización y la mediatización han provocado que todo sea visto o leído en cuestión de segundos en todo el mundo y las diversas herramientas con los que cuenta el Internet ha masificado los trabajos hechos por el hombre, entre ellos los artísticos.

No se puede negar que esto ha permitido el conocer personas con aptitudes diversas y ha dado paso a un nuevo renglón de ellos en la literatura, los ciberescritores.

Quienes están acostumbrados, por razones de edad o costumbre, a leerlos, no notan la diferencia entre los tradicionales y estos modernos, mucho menos cuando los primeros por razones de pérdida de espacio han tenido que tomar características de los segundos, para poder sobrevivir ante la competencia que se ha generado y no perder lectores.

Sin dudas la principal diferencia entre ambos está en el conocimiento académico que tienen, esto sin que sea limitante, ya que no es un patrón generalizado sino mayoritario.

El Ciberescritor desea ser leído y para eso toma herramientas que logren impactar directamente al lector, sin importar si esto lo distrae del objetivo primordial que es su escrito.

Para esto se vale de dos herramientas tomadas de la publicidad y el periodismo, que son las imágenes y los efectos sonoros.

Si bien es cierto que las primeras pueden recrear al lector y ayudarlo a entrar en la trama de alguna composición, también lo es, que a menos que este sea artista para dibujar lo que su mente intenta señalar al lector, ellas terminan desviándolo ya que provocan ruido y lo distraen, porque no son fieles a lo que está plasmado en la poesía o el relato, para nombrar solo dos géneros; sin embargo cuenta con la complicidad del ciberlector, para quien esto ya es común.

Las redes sociales y las que retribuyen los contenidos han sido sin dudas el motor principal para la proliferación de este nuevo tipo de escritor, que pocas veces ha escuchado términos como imágenes literarias, métrica, ritmo y reglas, ya que el éxito no depende de estos sino del número de lectores, que bombardeados por las técnicas publicitarias antes nombradas, pasen por sus trabajos, porque aunque estos no sean del agrado, son valorados, no de acuerdo al contenido, sino al uso que haya hecho de otros artificios para llamar la atención.

Algo en lo que falla el escritor tradicional, ya que su fuerte no es mostrar sino dar al lector, a través de un lenguaje descriptivo, la posibilidad que se produzcan imágenes mentales que impacten en sus sentidos.

Ambos tienen un espacio limitado de influencia, los primeros a través de las redes y los segundos en su espacio físico donde los artificios tecnológicos no tienen tanta importancia, sin embargo, dado que el arte es activo, con el transcurrir de los años, ha ido creciendo el número de ellos que intentan interrelacionarse en los dos mundos, con éxito limitado, ya que les ha sido complicado adaptarse a los cambios.

El ciberescritor es predominantemente irreverente y se niega a adquirir los conocimientos académicos para poder competir fuera de su espacio, muchos nunca en su vida han escrito nada tomando como instrumentos el papel y el lápiz, mientras que para el tradicionalista, las herramientas ciberneticas son difíciles de adaptar ya que rompen los esquemas en los que ha crecido y desarrollado e igual a lo que pasa con los otros, muchos nunca han escrito alguna vez usando el teclado. Razón por la cual que la brecha por momentos se amplia y parece irreconciliable.

Sin embargo los que han logrado surfear esa ola y salir airoso del reto, han obtenido éxitos sin precedentes, al lograr mezclar los conocimientos académicos en el terreno de lo virtual, creando obras duales con las condiciones necesarias para competir en ambos mundos.