En mi infancia a todos los que tenían comportamientos atípicos les daban diferentes nombres, como por ejemplo a quienes sufrían cambios de humor les llamaban venastenicos y a los introvertidos: lunáticos, como si las venas o la luna fueran responsables de esto. Clínicamente la etiqueta era mucho más fatalista porque eran generalizadamente esquizofrénicos. De tal manera que sin adentrarse mucho en causas y efectos había para cada quien una dosis y eso ha derivado que exista actualmente una sobredosis de etiquetas para cualquier ser humano diferente.
Gracias a Dios me tocó vivir la infancia en un ambiente menos hostil, tal vez por ser menos tecnificado donde la circustancialidad permitía pasar desapercibido y las cosas atípicas debían ser muy notorias para ser tomadas en cuenta y las fobias o mañas no poseían un peso tan especifico como ocurre actualmente, porque sin dudas mi poca afición a los abrazos me habría crucificado.

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Leo constantemente acerca de muchas manías que se le endosan a los Asperger, como si esto fuera un signo equivoco de ser “raros”, como si todos fuéramos ratones de laboratorio que al presentar una costumbre individual, la misma se generaliza y termina confundiendo a todos. De tal forma que una actitud asocial ya es suficiente para pertenecer al mundo desconocido que estudió el psicólogo austriaco.
Y esto más que ayudar se ha transformado en un viacrucis donde por “descarte” se van eliminando “verdades” y agregando “mentiras” y aunque se ha avanzado en crear parámetros comunes se toma a la ligera la causa que producen las reacciones, por ejemplo a quien no acostumbra fijar la vista o mirar a los ojos a su interlocutor, siendo niño o adulto, le ponen el sello de Asperger, también a quien no abraza, a los que poseen una forma de hablar característico o mas comúnmente a quienes sufren cambios repentinos de adaptación o que les es difícil esperar y así hay cientos de signos que en un gran número de veces crean diagnósticos errados, porque esos pueden ser comunes también en personas con otras patologías, por ejemplo timidez, escasa afectividad de parte de sus padres, problemas físicos y hasta esquizofrenia, por nombrar solo algunos.
La “moda” ha desviado la atención para estudiar más profundamente la causa de las reacciones y el carecer de una especialización específica para estos casos produce que las ópticas para identificar a quienes somos “distintos” terminen siendo confusas.

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Mi mayor fobia sin dudas ha sido abrazar y aunque me he adaptado a que esto es solo un acto protocolar para la mayoría, hay momentos en que mi lado “lunático” me impide hacerlo aunque mi cerebro ordene lo contrario, de tal forma que en ese momento es imposible que lo haga y esto me ha generado algunos inconvenientes para quienes lo ven como un desaire y a nivel sentimental inevitables desastres.
Para mí el contacto físico es un intercambio más profundo y sentimental, algo de mayor intimidad, donde se necesita una dosis de confianza y amor más elevada que para otros, aunque esto no es vinculante en algunos casos para el resto de personas que son Asperger y hay momentos en que esa fobia ha marcado momentos importantes, para nombrar solo uno, la incapacidad de darle un abrazo que deseaba a mi madre moribunda, tal vez porque asociaba el hecho que moriría rápido después que hiciera esto, algo que al final pasó aunque no pude abrazarla.
Todo es relativo en la vida y esa delgada línea la rompen a cada rato quienes siguen sin entender que las divergencias no son extrañezas sino parte cotidiana de la vida y que la normalidad no tiene parámetros.

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De mi libro: "Soy Asperger y qué"

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