Los dos niños jugaban alegres, calle arriba, calle abajo, simplemente  correteando. Cuando se perdían calle abajo, la empinada cuesta no le  permitía observarlos y Matilde, aunque sabía que se detenían en el  parquecito se preocupaba. Los niños tienen  arrancadas de locos,  acostumbaba a decirle su comadre  Zoraida, no se les puede despegar el  ojo. 

Matilde se rio al recordar la pregunta de Luis, el mayor, ¿Mamá como  es eso de que no nos puedes despegar el ojo? ¿Cuál ojo?. Se rio así como  se había reído al escuchar la pregunta. Alegremente, le explicó el  significado y, para asustarlos, les recordó que había espantos roba  niños que bajaban de la montaña para llevarse a  los que encontraban en  su territorio. Ellos hicieron varias preguntas  y luego continuaron con  sus juegos. 

Salió una vez más a mirarlos. No los vio. Gritó sus nombres, siempre  acudían y más si estaba cercana la hora de la comida. Nada. Bajó la  cuesta y refunfuñando llegó al parquecito. Un triángulo entre la calle,   las casas de Loma Abajo y la franja arbolada que los separaba del río.  Lo había donado la municipalidad con unos columpios, unas barras y un  sube y baja.La comunidad había sembrado algunos árboles para mitigar el  sol intenso, pero su sombra aún era incipiente. 

No los vio. Molesta regresó calle arriba, donde las casas comenzaban a  escasear y el asfalto cedía su lugar a una vía que aún no lo había  recibido. Seguro fueron a la cancha, opinó la vecina de la derecha. O al río, comentó la de la izquieda. 

- Hacia el río no creo, los tengo asustados con los espantos roba niños. 

- Mujer, ¡cómo se te ocurre! Están muy pequeños para esas historias. 

Ni hacia arriba ni hacia abajo encontraba ya Matilde, donde  buscarlos. Los vecinos se movilizaron. No habían llegado a comer y la  tarde estaba dando sus últimas bocanadas, en seguimiento del sol. La policia vecinal envió una patrulla. Los niños en un solo bloque se  movieron por los lugares habituales de juego y otros no tan habituales,  escondrijos desconocidos por los adultos. Finalmente, también ellos  debieron confesar: No los encontramos. 

La noche cerró sus puertas y, con la luna ausente, las linternas se  repartieron en dos direcciones: el lado derecho de la calle que después  del parquecito encontraba al río y la subida hacia la montaña, en cuya  falda estaba Loma Alta, después de cuyas casas la carretera de tierra se  convertía en trocha. Mientras tanto los teléfonos repicaban a los  conocidos y conocidos de los conocidos. Así llegó el alba y tras ella el  zenit. La policia oficializó el asunto y convocó equipos de búsqueda. 

 La historia de Eduardo y Luis se convirtió en el relato asusta niños  para toda la comunidad de Las Lomas. La cinta de asfalto se extendió, el  parquecito dejó su lugar a un puesto policial y Matilde no despega los  ojos del pequeño Luis Eduardo, así bautizado en recuerdo de sus  desaparecidos hermanos.