Cinco años de helados. Relato corto, del archivo de los recuerdos.

Hacía cinco años, desde mis diez,  que ése  era el tema obligado tanto en nuestra intimidad como en las reuniones a  las que asistíamos. Hace dos años, avanzó el sueño hacia su concreción, nos llevaron a  ver la casa modelo y la parcela que nos fue asignada. Regresamos  entusiasmados con las canchas y la piscina. Sólo con mirar donde iban a  estar y los trabajos que estaban haciendo, ya regresamos como si  hubiésemos tenido una tarde maravillosa. ¿Qué digo? ¿Cómo? En realidad,  tuvimos una tarde maravillosa con un festín de ilusiones, la cual  concluimos con el disfrute de unos ricos helados, en nuestra nueva  urbanización.

 - Este año nos entregarán la casa- sentenció mamá el año pasado,  todos aplaudimos. La ilusión creció y las restricciones también, pero  aunque ya tenía sus techos, era como un cascarón vacío. Se terminaron  los helados dominicales y los paseos a fin de mes.

 - Este año nos mudaremos antes de diciembre. Recibiremos el año en la  casa nueva. Madeleine, mi hermana mayor,  y yo nos miramos con cierta  picardía, pues las palabras de mamá fueron pronunciadas con mucho vigor,  como para convencerse de lo que decía. 

Justine, la menor, exclamó:

 - Ya esa casa me debe cinco años de helados.- Madeleine y yo, en el  acto, soltamos la carcajada. Con esa espontánea expresión, la niña había  manifestado lo que nosotros sentíamos: las fiestas a las que no fuimos,  las chucherías escamoteadas, las cosas que no pudimos comprar; y que en  algunas oportunidades habíamos secreteado.