La leyenda de don Jacinto y el pacaá

in #spanish8 years ago


Fuente: http://sitiocero.net/2014/por-quien-se-indignan-las-campanas-indignacion-o-exasperacion/

Esta es una adaptación de la leyenda del pacaá
El pacaá, o gallina de monte, como también se lo conoce, es una especie de pollo, sus plumas son de color verde amarronado, su carne es muy sabrosa, es como la carne de la perdiz.

Hace mucho tiempo en la provincia de Corrientes, en los parajes de la encrucijada perteneciente a la ciudad de Empedrado había una pulpería donde se reunían el gauchaje.

Esta pulpería era muy popular por la presencia de un anciano que concurría a diario a beber caña, el hombre era una persona que vivía sola y mataba su aburrimiento en el establecimiento.

El viejo Jacinto era muy popular por ser un gran narrador de leyendas, los gauchos de la zona se acercaban hasta la pulpería para beber y escuchar las anécdotas de Jacinto.

Cierto día el anciano conto una leyenda de su pago la encrucijada, cuando era niño escucho una conversación de sus padres, su papa contaba a su madre la desagracia ocurrida a don Cornelio el ricachón del pueblo.

En un campo lindante del padre de don Jacinto vivía una familia muy humilde, el campo de esta familia no era muy grande, no tenía ninguna servicio, ni siquiera agua, el agua para beber se provenían del campo de don Jacinto, esto imposibilitaba a la familia tener grandes plantaciones, solo podían tener una huerta chica, que regaban con agua que juntaban de la lluvia en un poso.

La casa era una casita de adobe y paja, no era muy grande, tenía una galería, dos piezas y una cocina, a pesar de ser chica era muy confortable, ahí solo vivían Cornelio con su mama y su papa.


Fuente: http://mapio.net/a/13921224/

Cornelio había nacido en esa casa, la madre y el padre eran forastero del lugar, una época muy difícil para vivir, había demasiada pobreza, un día el padre de Cornelio cansado de tanta miseria decidió volver a su pago en busca de trabajo, con la promesa de volver con dinero o mandarlos a buscar.

Así fue como Cornelio quedo salo con la madre, contaba en su relato el viejo Jacinto, que aprovecho para hacer una pausa y beber una copita de caña.

Bueno ya que estamos, voy a comprar otro botellita de caña, no va a ser que me quede sin caña en medio del relato! Decía el viejo astuto, para que algún oyente se ofrezca a pagar la caña, nunca faltaba el gaucho generoso que se pagaba la caña, en fin y al cabo ese era el cobro de don Jacinto por contar sus historias, dicho de paso era muy gustado en la zona su relato, venían desde lejos para escuchar al viejo hablar.

Con la botellita de caña en su mesa don Jacinto continuaba con su relato, el niño Cornelio que solo al cuidado de la madre, rodeado de una miseria espantosa, que podía hacer esa pobre mujer con un campo sin servicio, comían lo poco que el huerto producía, Cornelio era muy chico para salir a cazar y la madre no podía dejar solo al niño, se arreglaban como podía.
El país estaba mal, pero esta pobre gente viva en la indulgencia, suplantaban al pan con batata hervida, mate cocido no podían tomar no tenían yerba, hacían te de hojas de naranjo o paico endulzado con miel de lechiguana, de almuerzo y cena era mandioca hervida con lechuga y tomate o maíz asado, con eso vivían Cornelio y su madre.

Este pasaje de la historia a don Jacinto lo hacía mal, contaba su relato con los ojos llenos de lágrimas, cada tanto se quedaba sin voz por la angustia, que era auxiliaba con un sobo de caña y así iba llevando el relato, entre trago y trago de caña.

El viejo Jacinto iba relatando y el gauchaje muy atento escuchaba sus palabras, no volaba ni una mosca de interrupción, los días, los meses los años han ido pasando del padre de Cornelio ni noticia! Cornelio había crecido era un jovencito bien desarrollado.

Su madre un día dijo, hijo ya tienes edad suficiente para salir a cazar y traer algo de carne para comer, vos sos testigo de nuestra miseria, como veras no soy la misma de antes, estoy un poco más vieja y cansada, de no ser así iría yo misma a cazar, decía su madre, Cornelio fue mucho tiempo mal criado, no tenía muchas ganas de salir a cazar.

Un día la madre acorralada por la miseria decidió salir a cazar, se dio maña, hizo una gomera con unos elásticos viejos que tenía y un trozo de cuero, con este instrumento salió a mariscar, tuvo suerte de principiante cazo una perdis y algunas palomas torcaza.

Al regresar la madre con el botín de guerra, Cornelio estaba muy feliz, la madre cansada por el trajín de la cacería tuvo que ponerse a cocinar, de Cornelio no se podía esperar nada, esto lo cocino asado condimentado con jugo de limón, un verdadero festín en la mesa, años sin comer carne, una verdadera fiesta se presentó en la casa de esta familia.

La madre de Cornelio al día siguiente retomo la conversación, hijo has visto como una pobre vieja salió ayer un rato a cazar y trajo algo de comer, ¿cómo un chico joven como vos permite que su madre vieja ande sola por los montes?, El ingrato Cornelio escuchaba sin decir nada.

El tiempo pasó, Cornelio se hizo adolecente, la pobre madre estaba muy cansada, no le quedaban fuerzas para seguir adelante con todo, un día cansada de tanta haraganería decidió regresar a su pago.

Cornelio era una mala persona y muy vago, no le gustaba trabajar, al verse solo no le quedó más remedio que salir a trabajar, no duraba en ningún trabajo por su haraganería, el destino obra de manera misteriosa, un día encontró una sepultura de oro y plata enterrado en un cajón de madera, se hizo un millonario en un abrir y cerrar de ojo, relataba con fervor don jancito.

Los gauchos de la pulpería escuchaban con mucha atención, los ojos brillosos del asombro por el giro que tomo la historia, el viejo sabio, paro su relato para descansar la voz y refrescar la garganta con un trago de caña, bebió varios tragos seguido, retomando el relato, los gaucho muy entretenidos esperaban el desenlace de la historia.

Aquel desamorado hombre la suerte lo acompaño, compro un campo con todos los servicios, muchos animales y una gran casona en el pueblo, era un hombre rico y poderoso, el tiempo paso se convirtió en un ciudadano respetable, salvo para los que conocían su historia.

Un día una viejita golpeo sus puertas, era su madre enferma muerta de hambre, cuando don Cornelio abrió las puerta, la madre su puso muy contenta de verlo, ella quiso darle un beso, pero Cornelio muy altanero la rechazo con aire de grandeza, al ver la reacción de su hijo dijo, che ra'y no seas malo por lo menos invítame un mate che memby (hijo) el malvado hijo respondió.
“¡Opá el caá, opá el caá! (Se terminó la yerba, se terminó la yerba) contesto en guaraní.

Por ser un mal hijo Dios castigo a Cornelio, condenándolo a vivir en los montes rodeado de miseria como fue toda su vida, para que nunca olvide su equivocación, Dios puso un canto en su boca condenado a cantar todos los atardeceres, un canto triste que se escucha a los lejos ¡Opá el caá, opá el caá!


Fuente: http://www.fotosaves.com.ar/Gruiformes/FotosGruiformes-Ipacaa.html

Para nombrarlo al desamorado se omite la o de opá cuyo sonido se advierte pacaá- (no hay yerba) condenado a cantar todos los días por lo que dure su vida.


Fuente: https://www.youtube.com/channel/UCXgC2t4RKIdsW8OAIUb7ppQ

Fuente: http://corrientesesasi.webcindario.com/ley_pacaa.html

Te espero mañana para disfrutar de otro relato de mi tierra Corrientes.

José Luis Fernández
Corrientes Argentina

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