Jamás Regreso | Cuento

Mirada mercurio, labios encarnados, piel lozana, cabello ambarino...

Cualquiera desearía tener la visión de aquella silueta delicada y curvilínea -que a pesar de los varios años sobre sus hombros- aún conserva su entereza y vitalidad.

La puertas del balcón al estilo gótico permanecen abiertas a su espalda, mientras su cuerpo perdura a la intemperie, reclinado sobre la baranda en la que apoya sus antebrazos con la mirada fija en el nubloso horizonte de la ciudad londinense.

Pérdida, pérdida y más pérdida en el espiral de sus pensamientos.

El espía oculto en el amparo de las sombras del jardín solo puede apreciar aquel regalo bendito, en silencio, desde el ángulo diagonal que se le ofrece sin siquiera la dueña de su perspectiva ser consciente.

La ve suspirar, a la vez de que gira sin descanso entre los dedos femeninos de pianista un aro dorado, del cual supone es un anillo. No es la primera vez que la observa mirar al horizonte con un deseo no cumplido impregnado en los iris platinos.

Dan las 5 am, sonando de fondo un largo "¡Tohm! ¡Tohm!" del poderoso reloj que sin piedad marca el tiempo ya pasado y muerto en sus segunderos y minuteros castigadores; el espía siente la desazón de no poder apreciar más.

La dama suspira silenciosamente, acomodando su postura a una erecta, apretando contra si misma los costados de su albornoz de seda grisácea. Parece susurrar algo al viento que mece sus ambarinas hebras sedosas, pero algo distinto nota el espía en su mirada... como una determinación que en los años que lleva viéndola jamás había notado.

De lo que puede leer en sus labios, adivina un "ya no más".

Ella entra a sus aposentos cerrando con el pasador los seguros de las puertas del balcón; y el intrigante individuo solo puede sentir un fuerte palpitar en su pecho más la esperanza nacer... al fin, podrá salir de las sombras.

Una sonrisa se dibuja mostrando una blanca dentadura.

—Lástima, jamás regreso.