¿Se habla armenio en el norte de España? (Conferencia) Primera parte

in #spanish7 years ago (edited)

El armenio se habla en el norte de España.
En el país vasco español y francés y parte de Navarra se habla armenio mezclado con lenguas romances y un sustrato importante de lenguas primitivas prerromanas

(Conferencia pronunciada ante los colegas lingüistas e historiadores en el ágape de la jubilación)

Jesús García Castrillo

Antes de empezar, quiero rendir reconocimiento y agradecimiento a los lingüistas vascólogos y no vascólogos, incluso —por qué no— a los que han falsificado documentos porque, con su trabajo tesonero, esparcieron las semillas de las que yo he podido cosechar las siguientes consideraciones:

Siempre se nos ha dicho que no existen blasfemias en idioma euskara. Ni siquiera se nombra a la divinidad en exclamaciones, exactamente igual que en idioma armenio. Para blasfemar, los vascos utilizan el idioma castellano donde abundan expresiones disfemísticas y procaces. Aparentemente, esta coincidencia no tendría importancia si no viniera acompañada de otras de mayor calado.

Ahora que entro en la “senectus”, inaugurando hoy la “jubilatio”, ya me puedo permitir toda clase de licencias estéticas, por eso, amigos y compañeros, voy a utilizar la blasfemia como recurso literario para enmarcar esta charla. Que nadie se alarme ya que será la blasfemia proferida con la mayor ingenuidad del mundo y sin ánimo de ofender a nadie.

Es la primera blasfemia pronunciada en castellano sin “cagarse” en nada ni en nadie. Simplemente os digo que el euskera no tiene más de ochocientos o novecientos años.

Recopilaba yo fotografías de códices antiguos con los que redactar mi novela “El enigma de Baphomet”, y encontré un escrito del siglo XIII, al que, en un principio, no le di importancia, pues nada añadía a lo que yo buscaba acerca de los templarios.

Después de varios años, he vuelto sobre la fotografía de aquel escrito. Tendría que retroceder sobre mis pasos rebuscando entre las migajas del camino recorrido por archivos catedralicios,

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para dar de nuevo con el documento original. Quizá en Burgos, quizá en Lerma o en alguna sacristía de un monasterio del antiguo Reino de Navarra, lo cierto es que se me quedó olvidado entre la ingente cantidad de legajos sin clasificar ni estudiar en los distintos baúles y estanterías de las que tanto polvo sacudí en mis investigaciones.

He transcrito la hermosa letra redonda germánica en un castellano del siglo XIII impecable. Y lo he traducido a castellano actual. Dice así el pergamino:
“Nos acompañaba el presbítero Benigno, emisario del obispo Mauricio, quien había vuelto hacía pocos lustros de la tierra de Nuestro Señor Jesucristo, no para realizar trabajos serviles, ya que no se manchó el hábito ni un solo día, sino para traducir, para entender a los canteros,

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(Marca de cantero medieval)

levantadores de piedras, arrastradores de piedras, pedreros; y trasladarnos sus pensamientos. Estos pedreros y canteros estaban preparados para comenzar las obras de nuestra santa iglesia. Habían llegado días antes desde Sicilia, pero venían de más lejos huyendo de sus enemigos como tantos otros que ya construían, como artesanos sutiles de la piedra, muchas otras catedrales en todos los reinos. Habían llegado por cientos a las costas de Francia, a los puertos franceses de Marselia y de La Ópida, y muchos de ellos con sus mujeres y con sus hijos. Muchos de ellos fueron bienvenidos a la corte de Fernán González. Eran afables y muy cristianos, muy devotos de la Virgen María, de San Bartolomé y San Tadeo, apóstoles de Jesucristo. Su hablar era endemoniado, parecía que ladraban en silencio cuando hablaban entre ellos. Pero sus piernas y brazos eran fuertes como las mismas rocas, de tantas piedras como habían subido a sus hombros potentes para colocarlas en los muros y fabricar los monasterios e iglesias, moradas del Señor de los ejércitos”.

Me lancé sobre este escrito con pasión y lo analicé con lupa, pues de otra manera dice que en los siglos X, XI, XII y XIII de nuestra era, —antes de ayer, hablando en términos de la historia de una lengua—vinieron a Francia desde el lago Sevan,

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(Lago Sevan en la actualidad)
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(Contratando la furgoneta para acercarnos al lago Sevan)

cerca del mar Caspio, oleadas de armenios a construir las más de dos mil edificaciones religiosas, catedrales y monasterios, por la pujanza y riqueza que había adquirido en Europa el poder eclesiástico.
Traté de documentarme sobre la historia de Armenia y sus apóstoles evangelizadores Tadeo y Bartolomé, quienes, años antes que San Pedro emprendiera su largo viaje a Roma ya ellos dos habían evangelizado las mesetas de Karahundg en Armenia. No es de extrañar que “El Libro de los Hechos de los Apóstoles” atribuya a un milagro del cielo, aprender, desde el arameo materno, aquellas lenguas caucásicas tan intrincadas y difíciles, a puro machetazo, sin libros de gramática ni pedagogía en el aprendizaje de idiomas.

Tenía ante mis ojos el documento del que se induce una blasfemia lingüística: rectificar a Koldo Mitxelena y a toda la pléyade de vascólogos, quienes sostenían que el idioma vasco procede de un pan-vasquismo lingüístico universal y primitivo, y que se había quedado aislado desde tiempos inmemoriales en el rincón de las actuales tierras vascongadas, diversificado en tantas modalidades dialectales como verdes valles de Euskadi.

Koldo Mitxelena detectaba substratos lingüísticos prerromanos en todos los pueblos en los que se hablaba su euskara querido. Detectaba raíces lingüísticas de los primitivos prerromanos, también otras palabras que las relacionaba con los pobladores Berones, con su capital Vareia cuyo nombre sobrevive en el nombre de la población actual de Varea con quienes lindaban inmediatamente otras tribus primitivas, y otras al lado de las sierras habitadas por los Várdulos, los Caristios, los Autrigones, los Pelendones y los Aquitanos, todos ellos hablando otras lenguas muy primitivas que, como en todas las riberas de los ríos de toda la Península Ibérica, dejaron substratos lingüísticos: palabras que perduraron en el latín vulgar de los romanos del siglo I.

A pesar de todo, mi profesor Koldo Mitxelena siempre tenía la mosca tras de la oreja: a cada conclusión que llegaba le parecía contradictoria con la anteriormente investigada, exactamente igual que le había pasado a Leibniz, el principio del siglo XVIII cuanto intentó descubrir los orígenes del euskara sin llegar a ninguna conclusión cierta. ***

Tanto los simplemente curiosos, como los lingüistas investidos con birretes doctorales, vamos caminando lentos aunque, a veces, a un afortunado como a mí, le acompañe la suerte de dar un paso gigantesco hacia delante, habiendo encontrado un escrito como éste.

A pesar de la evidencia, no quise que me ocurriera como a los vascólogos con las inenarrables “ostrakas” [1] de Iruña Veleia (“óstrakas” les llama el catedrático de la Universidad del País Vasco, Doctor Gorrochategui), el intento de engaño más burdo que alguien haya intentado; y se lo envié a mi amigo y compañero de carrera Iñaki S. Ayestarán de ascendencia “vasca, vasca”, para que lo analizara, pues juntos habíamos seguido con pasión el descubrimiento de las ostracas con inscripciones falsificadas en las ruinas romanas de Iruña Veleia, con las que alguien había pretendido demostrar que el idioma vasco figurara falsamente como el idioma más antiguo de la tierra.
Iñaki me señaló dos detalles extraños:

  1. “… Francia…” ¿Existíría como tal nombre de Francia en el siglo XIII?
  2. “… cabe cibdades nomneadas Marselia iet Illa Ópida…”

Sin duda, “Ópida”[2] sólo puede referirse a la ciudad de la costa francesa “La Ciotat”. Pero que en el siglo XIII se conservara “illa” como el antecesor lingüístico del artículo determinado, y que a la ciudad de la costa francesa le llame “Ópida”, y además con una tilde perfectamente señalada, me han hecho permanecer alerta porque pudiera tratarse de la foto de un pergamino espurio. (Desde que me enteré por testimonio de su bisnieto, que un tarraconense del siglo XIX metió en el mar, a cinco metros de profundidad, varias ánforas iguales a las romanas pero fabricadas con sus manos en el torno de alfarero y allí las tuvo casi 60 años hasta que su padre las vendió a un anticuario italiano y desde entonces están pasando como auténticas y colgadas en varios museos, la cautela me invade cuando se trata de algún documento antiguo).

De momento sólo contaba con un documento que, a pesar del aspecto primoroso en sus tintas rojas y azules, presentaba dudas de autenticidad. Así que, las falsas ostrakas de Iruña Veleia, y el pergamino del presbítero Benigno del siglo XIII en entredicho han resultado ser el punto de partida que apliqué a mi análisis intuitivo, pues sin ellos no se me hubiera ocurrido retomar los consejos que en su día me diera mi maestro Dr. Pensado Tomé y pensar sobre el origen del idioma euskara. Valoré el método intuitivo para plantear cualquier hipótesis y concluí que, como todo método, no es ni bueno ni malo en sí mismo sino en cuanto son buenos o malos los resultados.

Recordemos que el mismo Dante, en su obra “De vulgari eloquentia” reconoce, por pura intuición, el parentesco de las lenguas vulgares, francés, español, italiano, y provenzal, pero a la vez intuía que no podían proceder del latín —decía— porque el latín era una lengua creada artificialmente (a la manera como Koldo Michelena inventó el oficial idioma Vasco Batúa para las ikastolas), por los doctos oradores romanos; y por lo tanto no estaba sujeta a cambios —¡menuda intuición!—, intuición que cinco siglos más tarde, en el siglo XIX, los lingüistas comparatistas dedujeron con estricta metodología científica que procedían del habla burda de los soldados romanos, que mataban indígenas sin piedad allende montañas y mares, y secuestraban a las doncellas más hermosas.

A la primera intuición seguí añadiendo datos sacados de las distintas ciencias auxiliares, como la historia, la etología, la náutica, la navegación, la arquitectura, y la “gliptografía”, sobre todo la referida a las marcas de los canteros.

Por más que los vascólogos de las ostrakas intenten falsificar, nadie ha encontrado, y por intuición sospecho que nunca encontrará ni una palabra vasca en España, más antigua que la famosa glosa emilianense número sesenta, con la que se devanó los sesos Michelena y otros eruditos sin sacar conclusiones certeras, aunque, eso sí, llenas de fe y de creencia.

Notas:
[1] Trozos de barro cocido o de vasijas con inscripciones en pretendida lengua vasca de los siglos II ó III ó IV, con los que se ha tratado de falsificar la antigüedad de la lengua vasca.

[2] “Oppidum” y “civitas”. Las dos palabras significan “ciudad”; si bien, como todo sinónimo, con matices diferentes: “oppida” significa “ciudades” y “civitas”, significa “ciudad”.

( Continuará)

*** (El artículo sobre el intento de Leibniz está publicado anteriormente aquí es steemit)

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Qué interesante tu post. Es increíble las cosas que uno puede descubrir. Saludos cálidos desde Venezuela. Feliz año

Gracias. Seguiré, porque la conferencia fue más larga y la estoy escribiendo aquí por entregas.

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