Hoy, día de los Santos Inocentes (Continuación y fin)

in #spanish8 years ago (edited)

Los santos inocentes sufridores de injusticias.

De mi colegio guardo gratos recuerdos a pesar de este incidente que, por otra parte, creo que me enseñó mucho, pues hubo un antes y un después de ese episodio del reloj ala pluma, de tal manera que cuando me hice mayor adquirí con el sudor de mi trabajo ese reloj de oro y una pluma mont-blanc con los anillos y el plumín de oro.

Una de las cosas que mas me gustaban de mi colegio era subir a esta terraza a contemplar el “alto soto de torres” que le llamara Unamuno a Salamanca, ciudad construida con piedras de oro entre las que aprendimos a amar los estudiantes mientras los campos de los alrededores la ceñían y daban jugosos frutos. También los que estudiamos en Salamanca guardamos en las honduras de nuestros corazones su ser, como si de viviente se tratara con alma robusta.

Desde la terraza se divisaba este panorama y alrededor se prolongaba la vista por los cuatro horizontes, en los que se podían enumerar todas las torres del alto soto.

En el estudio los minutos se me hacían horas. Sólo tenía ganas de que llegara la noche para meterme en la cama y no ver a nadie. Hojeaba un libro de texto mirando las ilustraciones pero mi pensamiento no tenía reposo.

A decir la verdad, no recuerdo con exactitud los detalles posteriores, viví como en una nube envuelto en lo que yo creía una calumnia intencionada.

Lo que recuerdo con exactitud, fue el día siguiente por la mañana, al entrar en la primera clase un pupitre estaba vacío para sorpresa de todos. Si dirigieron todas las miradas hacia mí, y en ellas creía ver inquisidores sangrientos que me seguían acusando, pero en otras, vislumbraba dejes compasivos e indulgentes.

El pupitre vacío era el de J.L.G.R. de O.

Transcurrió la primera clase, y yo creo que no solo yo sino todos los compañeros sin excepción, incluso los dos o tres que siempre sacaban matrícula de honor en todas las asignaturas, aquella clase fue huera, y nadie se enteró de la materia explicada.

Al terminar, salió el profesor el primero y antes de salir todos al patio entró el director del colegio haciendo una señal con la mano indicando que nos quedaremos sentados cada cual en su pupitre. El silencio se hizo absoluto y sin atravesar la clase hasta la tarima, sino desde la misma puerta solamente dijo impersonalmente: “Que nadie se preocupe por nada que ya está todo resuelto. Ahora todos a jugar al patio”, pero todos esperábamos que dijera que J.L.G.R. de O. había sido expulsado.

Siempre bajamos corriendo escaleras abajo alborozados para formar los equipos de fútbol y baloncesto pero aquel día, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo el silencio por las escaleras y el paso lento en dos filas organizadas anárquicamente, íbamos bajando.

Yo me quedé rezagado a paso más lento hasta quedarme el último en el pasillo y entré a la capilla del colegio que estaba en el mismo rellano de mi clase, en el primer piso del colegio.

Yo, entonces tenía más fe religiosa que el mismo San Pedro, y recé a mi manera durante menos de dos minutos, en un pis-pas, dando gracias al Jesús del Sagrario porque estaba seguro de que Él había hecho el milagro pues la noche anterior también le había rezado pidiéndole que se arreglara todo. Bajé al patio y en una de las canchas me estaban reservando un puesto para jugar el partido. Se me aflojaron todos los músculos del cuerpo y me empezó a doler un poco la cabeza.

Se tardó unas horas en recobrar mi prestigio, hasta que se fueron enterando los de todas las clases del colegio, pero afortunadamente quedó todo aclarado.

Ese método de expulsión inmediata era normal en los colegios de entonces ante un acontecimiento como ese, pero yo creo que hubiera estado mejor haber reflexionado más y haber escuchado a J.L.G.R. de O. porque después, pensando y pensando llegue a la conclusión de que efectivamente al pobre chaval se le fueron los ojos impulsivamente tras del reloj y la pluma pero después se arrepintió, y en vez de pasar la vergüenza de devolverlos a las claras optó por meterlo en el pupitre del dueño García Egido; y con el nerviosismo de la clase vacía —tuvo que aprovechar un momento de un recreo para entrar él solo en la clase— se equivocó de pupitre y lo colocó en el mío que estaba justo al lado, en el pupitre inmediatamente anterior hacia la mitad de la fila. No he vuelto a saber más de aquel niño, pero me gustaría comprobar que así fue como lo pensé años más tarde. Y como si fuera un cuento: colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Fuente de fotos: http://www.maestroavila.com/Otras-fotos-Colegio-Maestro-Avila.html

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