El Enigma de Baphomet. Novela. (45)steemCreated with Sketch.

in #spanish7 years ago

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¿Estábamos salvados? Quizá sólo tuviéramos los primeros datos para comenzar a defendernos. Pero si dejábamos claro que Baphomet no había existido
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y había sobrevenido la catástrofe por una confusión, sin duda demoníaca, tendríamos el tiempo contado y escaso para llegar a París y librar de la hoguera al Gran Maestre y a los cien templarios presos.

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Me estaban dando ganas de despertar a todos y poner a Rechivaldo en un aprieto para que nos explicara por qué los escondía con tanto esmero. ¿Quería salvarse él solo? ¿Quería ser el protagonista de la salvación del Temple y llevarlo sólo él a los tribunales para que lo nombraran Gran Maestre? Sería difícil que tal locura se le pasara por la cabeza: todos sabíamos muy bien que esa dignidad era vitalicia y el Gran Maestre del Temple, Jacques de Molay, todavía estaba vivo. ¿Desconfiaba de nosotros?
La llama quieta y potente de la vela,

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con la brisa que empezaba a soplar desde el Teleno, se volvió trémula y traviesa, de tal manera que entorpecía la lectura. Además, los trazos de este escrito eran distintos, y comencé a palpar con las yemas de mis dedos el relieve de las letras y de las miniaturas. El tacto celestial de las letras abultadas me hizo llorar de alegría, pero me contuve tragando el llanto para no despertar a nadie. Me dolían las sienes.
Descifrar cada palabra me costaba un calvario. Casi no veía. Con la llama de la vela tan nerviosa, las letras se tambaleaban.
Era un escrito antiguo. Algunas palabras, parecidas pero distintas a las actuales. Las que habían escrito en latín, toda la tercera página, me resultaron imposibles y quizá por el cansancio acumulado, en las de nuestra lengua, cada palote me suponía un suplicio descifrarlo. Con santa paciencia fui entendiendo todo el primer cuero.
Comenzaba con una fecha de hacía casi un siglo: “En el año 1218...”_
Y seguía: “En la sala capitular del castillo de los templarios de Ponderada,

Captura de pantalla 2017-09-12 a las 9.48.20.pngel maestre Petrum Albitum, en sesión capitular solemne, ante todos los caballeros del Temple, terminaba de leer el pergamino en el que se le comunicaba, por orden del rey, el nombre de todos los jueces...”

(ESCRITURA DE 2018:

“En el año 1218
En la sala capitular del castillo de los templarios de Ponferrada, ante todos los caballeros, el gran maestre Petrum Albitum, después de una arenga larga, terminaba de leer el pergamino en el que se les comunicaba, por orden del Rey, la fecha del juicio esperado durante ocho años, y los nombres de los jueces.
Formados militarmente, de diez en fondo con pasillo en medio desde la puerta hasta el entarimado, exhibían las capas blancas y las musculaturas de los brazos cruzados, empuñando la espada en la vaina con la mano derecha; y con la izquierda, el cuchillo en la funda, como si estuvieran dispuestos para un ataque, según costumbre impuesta por el último Maestre en las ceremonias protocolarias que no fueran religiosas.
Sus palabras firmes rebotaban en los sillares de los muros dirigiéndose al templario que oraba y atendía en silencio, con los ojos cerrados, y al que custodiaban dos alabarderos en la primera fila:“¿Has estudiado bien la estrategia del juicio?”. Sin recibir respuesta de aquel caballero imperturbable, siguió el discurso. En un acto como éste nadie contestaba, aunque fuera preguntado, hasta que el Maestre no diera su permiso.“Yo te confirmo, Diego García, en nombre de Cristo nuestro gran maestro y guía, como abogado de la Orden del Temple, para que te ilumine Dios en el juicio, el más trascendental de mi mandato como Maestre de este castillo”.
Separó los pies y, con la espada en alto, concluyó la liturgia improvisando una oración solemne: “Ilumina, Dios Todopoderoso, a Diego García, abogado nuestro, para que se haga justicia y se confirme que el valle del río Oza (Valdueza) es nuestro, que pertenece al Temple”.

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Bajó la voz un poco: “El juicio comenzará mañana a las once. Retírate a tu celda después de este capítulo (reunión) y medita la estrategia, que sea contundente y que aplaste para siempre los argumentos del Abad de San Pedro de Montes. Podéis hablar y abandonar la sala”.
Al tener permiso para deshacer las formaciones, la voz potente y estruendosa del caballero Benevento de Benevidas (Benavente de Benavides) el más corpulento, sin cuello, sin pelo, con dos cicatrices que le cruzaban la cara de oreja a oreja, rompió la tensión del momento. En un lance espontáneo con su espada envainada y el machete en alto pronunció una proclama: “Y si Dios no hace justicia, entenderemos que nos permite pasar por estas armas al Abad de San Pedro y a sus monjes. No consentiremos que, después de que el Rey nos usurpara el valle y de que por mandato de su confesor –no se puede explicar de otro modo- se arrepintiera y ordenara devolvérnoslo, unos jueces corruptos no sentencien lo que es justo: que el valle pertenece al Temple. Puesto que el Rey restituye al Temple casas, fincas y castillos de Ponferrada con todos sus alfoces, si el valle del Oza es alfoz de Ponferrada, no hay argumento que nos contradiga. Juro ante Dios que lucharé por nuestroas pertenencias. El Rey nos ha devuelto al mismo valle que un año antes nos había robado. Está absolutamente claro en la escritura”.)

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