El Enigma de Baphomet. Novela. (31)
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Perseguidos a muerte, Rechivaldo, Martín y Rodericus llegaron a las cumbres.
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Desde lo alto divisaron todo el Bierzo con rabia y nostalgia.
Pensaron ocupar la iglesia de la cima que todos los veranos reconstruían, no por daño de ladrones sino porque las piedras de pizarra de las paredes saltaban hechas pedazos a causa de las heladas del invierno. La habían construido los monjes de San Pedro, pues desde allí se divisaba el monasterio, y, con señales de humo, el Abad podía saber si estaba vivo el castigado.
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En la choza, al lado de la ermita, cuando los pecados confesados eran sacrilegios, cumplían penitencia los monjes, uno a uno: la mayor de las expiaciones, ya que el monje solitario se pasaba días, semanas o meses, purgando con clima gélido y pasando hambre, dependiendo de la gravedad del delito contra Dios y los hombres, sólo comiendo y bebiendo lo que podía arañar en aquella cima helada en la que no crecían más que algunos yerbajos salteados.
Tanto en Guiana como en el Teleno, al que se llegaba en menos de una jornada, un templario astrónomo, que había llegado de un largo viaje por Persia, horadó rocas para observar las estrellas y medir las distancias entre castillo y castillo. Recorría las cumbres en una yegua cargada con su aparato al que llamaba astrolabio construido según el modelo inventado por Hypatea de Alejandría. Cuando llegaba pletórico y congelado al castillo, en su descanso frente a la chimenea, siempre repetía animoso que las noches estrelladas de estas tierras eran iguales a las de Karahundj, al otro lado del orbe.
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Aunque era el lugar más alto y lejano, y desde allí, a vista de pájaro, podían divisar todos los valles, Rechivaldo, Martín y Rodericus pensaron que, al ser edificación religiosa, los guardias reales podrían sospechar y dar con ellos. Hasta que se calmaran los tiempos tan revueltos, optaron por ocupar las distintas cabañas de los pastores del Temple en las brañas de las laderas, en donde les sería más fácil conseguir alimento, y menor sería el peligro de ser descubiertos. Eligieron la choza más alta y confortable con buenos mullidos de helechos secos, techos de paja totalmente impermeables, almiares cercanos para sacar hierba y paja, donde el sirviente templario lego que apacentaba el rebaño de ovejas no debía de hacer mucho tiempo que se había alojado, pues las cagarrutas no se habían apagado: todavía brillaban como sartas de azabaches esparcidas por el suelo.
Mejor sería no ser vistos por nadie. Por si acaso, tenían localizadas todas las chozas de la montaña para, en caso necesario, ir pasando de una a otra hasta asegurarse qué plan definitivo trazar a sus destinos.
El atardecer pintaba irisaciones multicolores encima de la silueta del Teleno.
muchas gracias
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thank you very much
Thank you
Beautiful article!
Gracias
Gracias
novelass que genialidad amigo
Gracias. Es un novela histórica, sí....