El Enigma de Baphomet. Novela. (22)
Pasamos por la casa hasta el patio de la entrada y seguimos jugando.
Yo nunca le enseñaba nada y quería enseñarle algo más que a pescar truchas con la mano. Le dije:
—Vamos a la cuadra a ver si hay alguna gallina güera. Estaba seguro de que no sabría qué era eso, y efectivamente me preguntó:
—¿Qué es eso?
Yo, orgulloso de haber dado en el clavo, le expliqué:
—Una gallina güera es una gallina pomposa, que cacarea de manera diferente a cuando está poniendo huevos, porque quiere incubarlos.
Pasamos a las cuadras de mis padres, donde estaban los nidos de los patos y gallinas. Al vernos entrar, todos los animales salieron por las gateras a la parte trasera de las cuadras, que daban a la pradera de la ribera bajo la sombra de los álamos. Los patos y las patas se metieron en el agua.
Me dirigí a los nidos de las gallinas, y en uno de ellos, había un huevo grandísimo, del mismo tamaño que los huevos de las patas, seguramente de dos yemas, que mi madre reservaba para la cena de mi padre. Yo seguí explicándole bajo su mirada atenta:
—La primera vez que vi dos yemas juntas al cascar un huevo para freírlo, me dijo mi madre: “Si en vez de comerlos, los dejáramos güerar, nacerían dos pollitos exactamente iguales.” ¿Quieres verlo? ¿Lo casco, para que veas las dos yemas?
Le iba a decir que los pollitos de dos yemas se llaman “gemelos”, pero me cortó al instante:
—No, déjalo, que se va a enfadar tu madre si se entera de que lo has roto.
Bajó la cabeza hasta juntar la barbilla con el pecho y me dijo con cara de tristeza:
—Si hubieran nacido pollitos iguales, serían gemelos.
No había manera. Para una palabra que intentaba enseñarle, ya la sabía ella. Sabía todo sobre cualquier cosa. A veces se callaba por no dejarme en feo y me dejaba que siguiera enseñándole algo que también sabía, pero yo lo notaba y me enamoraba más todavía. Me di la vuelta para dejar el huevo en el nido, y, cuando no la miraba, rompió a llorar desconsolada. Algo le había pasado por la cabeza, el recuerdo de su madre, quizás, o alguna otra pena que no quiso contarme.
Sin saber cómo ni por qué, un día, de buenas a primeras, desapareció para siempre y yo me sumí en una profunda tristeza.
Se llamaba Gelvira Núñez Osorio; y yo, Martín Castriello de Castrello.
Interesante capitulo amigo.
Gracias. Estoy preparando el de mañana.
Gelvira Núñez Osorio... el nombre de la rosa, también. Otro enigma que todos necesitamos para seguir enganchados a la novela de estar vivos. ... preciosa "profunda tristeza"
Es la infancia de Martín y Elvira. El primer y precoz amor. Gracias, @domidelpostigo. Mientras haya lectores, seguiré informatizando página por página y buscando ilustraciones o realizando dibujos para los distintos episodios. Aquí es más barato que los 24 euros y el kilo de papel que soporta el libro de mi editor Bohodón. Pero que conste que no estamos reñidos. Es un acuerdo amistoso que acepta de buen grado. Él edita en papel y lo vende en las librerías y yo cuelgo aquí en steemit por entregas.