El enigma de Baphomet (86)

in #spanish7 years ago

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Por la tarde, bajé al molino sin trigo y sin quilma. Áureo trotaba contento por llevar sólo el peso del jinete. Siempre me sonreía cuando no lo cargaba demasiado. Solamente yo le entendía la mueca de agradecimiento mostrándome los dientes blancos y largos, cuando cualquier otra persona lo hubiera interpretado como gesto huraño.

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Gelvira me recibió con suspiros de alegría, turbada y melancólica en la soledad del molino. Me detuve y me senté en el tronco más bajo que la barandilla del pretil del puente. La tarde y el agua del río eran trasparentes. De pie a mi lado, me estuvo acariciando la cabeza y besándome el cabello: me veía inquieto a pesar de que yo trataba de fingir templanza. Su dulzura logró tranquilizarme.
Se me escaparon estas palabras al aire:
—A matar nunca llega uno a acostumbrarse, por más que se simule serenidad en el semblante. Ni siquiera al haber eliminado al peor de los enemigos que de haber sobrevivido te hubiera degollado.
Se sentó en mi regazo. Más que abrazarme, se estrechaba con fuerza contra mi pecho como si se sintiera protegida.
Ella hubiera querido que el molinero se hubiera ido de su lado para siempre, pero no de esa manera injusta. Y tenía, la pobre, una tragedia en la cabeza: no soportaba la injusticia aunque la sufriera el inclemente molinero. Me contagió su pena, compungida, y le di un beso en la frente.
A lo lejos oímos llegar al merino en su caballo. Adelantó su visita. Era un viejo desdentado de más de cincuenta años que trotaba silbando una cancioncilla amorosa y pegadiza al oído. Entramos al molino antes de que nos viera.
Nos escondimos en el retrete, donde guardaban el aguamanil y un cubo con una pila de piedra para lavarse la cara; y enfrente, el asiento de madera con una tapa para cubrir el agujero que daba a la corriente del agua por debajo para llevarse las suciedades al riego de las huertas.
Como suponía que estaba sola, entró llamando a “su cachorrita”. A mí me daba asco que la llamara de esa manera.
—Dile que pase a la habitación donde siempre se aposenta —apremié a Gelvira bajando el tono.
Advertí en ella una agitación excesiva por si nos descubría, porque tenía mucho poder sobre las gentes. Además de ser el merino, su padre había sido adelantado mayor de todas aquellas tierras. Todo el mundo les temía. Pero yo le dije que confiara en mí y me obedeciera. Conque siguió mis instrucciones a pies juntillas.
Le dijo en alta voz, levantando la barbilla y la mirada:
—Sube a la habitación de arriba, que me estoy acicalando en el retrete. Sólo tardaré un canto de abubilla.
Esta expresión no era común, pero estaba acostumbrada a seguirle la corriente en sus modos pedantes y afectados.
Dijo el Merino subiendo las escaleras:
—Hoy te traigo noticias divertidas.
—¿De qué se trata?
—Ahora te contaré despacio. Hoy he tenido mucho trabajo. He pasado todo el día atendiendo a los guardias reales y leyendo las actas que me han traído. Quiero verte despacio antes de nada, de pies a cabeza, como a Eva en el paraíso. Que toda tu indumentaria sea la cabellera, que me vuelva loco, y sin hoja de parra. ¡Cachorrilla mía! Qué bien huele la cama. Te he dicho que no hace falta que perfumes nada, que a mi me gusta el olor de la harina y de mi perrita cachorrilla. ¿La has perfumado con romero? ¿Con qué me vas a sorprender hoy, que te traigo dos monedas de oro?
La alcoba quedó en penumbra después de que cerrara la puerta del corredor hasta dejar solamente una rendija. El colchón de lana fina y almohadas de plumón de codornices y pichones. Las sábanas de lino fino con flores de colores bordadas por Gelvira y una G con hilo blanco en el embozo.
Dijo el merino mientras se despojaba de los ropajes:
—Estoy ansioso por saber la sorpresa que me preparas con tanta espera.
Se quitó un zueco y lo tiró al alto para que hiciera ruido contra el entarimado:
—Ya me estoy descalzando. ¡Mi garduñita domada! Deja la sorpresa para otro día. Quiero verte ya, a pesar de que hoy tenemos todo el tiempo del mundo. Nadie nos pide cuentas; me quedaré a dormir contigo hasta mañana.
Yo le decía a Gelvira que le preguntara cualquier cosa para que siguiera largando por su boca sucia lo que supiera del asesinato.
—¿Qué me tienes que contar de tu trabajo? —dijo Gelvira elevando el tono.
—Es muy largo. Después de leer las actas de condena...
—¿De mi marido?
—No, de dos templarios errantes a los que han visto por los mercados disfrazados de peregrinos, y los andan buscando por cobardes y blasfemos, huidos del Temple de Ponferrada.

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Vinieron a mi despacho los guardias reales preguntando por ellos con una denuncia de que, quizás, se oculten en el monasterio de San Pedro. El caballero joven se llama Roderico García y el más experto guerrero, que ha sido cruzado en Palestina, Martín de Castriello: al parecer, un peligroso caballero veterano. Mandé un ordenanza con ellos para que les indicara el camino del convento.

Captura de pantalla 2017-10-27 a las 12.28.25.png A estas horas ya habrán sido detenidos y estarán siendo encaminados a Valladolid ante los tribunales reales del joven rey Fernando IV. Quizá los quemen rápidamente en la hoguera porque la reforma de la justicia que preparan las cortes se ha parado a causa de una revuelta en la que unos cortesanos quisieron destronarlo. Con suerte serán ajusticiados con ellos.

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