El enigma de Baphomet (219)

in #spanish6 years ago

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Tuvieron que encerrarlos de nuevo en la ergástula, prorrogando un día las ejecuciones, y establecer seis filas de lanceros dispuestos a intervenir en caso de producirse incidentes. Ya no eran tiempos de comitivas ni de ceremonias de la muerte en Astorga.
El alcalde, temeroso de no poder con el pueblo, además de a los lanceros, mandó llamar a un ejército de arqueros reales para impedir las aglomeraciones y prohibir el paso hacia el cementerio a cualquier ciudadano, y custodiar el carromato que los llevó desde la ergástula hasta el cementerio, donde los ahorcaron, muy cerca de la sepultura donde mi padre y yo habíamos enterrado a Martín; pero a Roderico y Rechivaldo, después de muertos en la horca mirando hacia el Teleno, les prendieron fuego hasta que se quedaron hechos cenizas, con la presencia de dos personas únicamente: de mi padre, al que llamó el alcalde como representante de la Iglesia, y del merino.
También reinó el silencio interrumpido por los verdugos, que los despidieron de este mundo con chanzas, jerigonzas de su gremio y alusiones soeces al tamaño exiguo de sus sexos ante la muerte, en la soledad más absoluta.
Al cabo de unos días volví al palacio de Ávila a reunirme con mi hijo. Cuando llegué estaban celebrando grandes fiestas que, lejos de turbarme, supusieron para mí el más grande alivio.
Los nobles guerreros más fieles a la Reina habían rescatado al verdadero rey Alfonso XI de su secuestro. También era un niño rubio, precioso, pero no tanto como Víctor Alejandro, mi hijo, nuestro hijo.

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(Las dos fotografías de miniaturas que representan a ese rey Alfonso XI, tomadas de: https://de.wikipedia.org/wiki/Alfons_XI._(Kastilien))

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