El enigma de Baphomet (211)

in #spanish6 years ago

Martín y Gelvira se miraron. Rechivaldo creyó que accederían por haberle parecido a él una mirada de complicidad, que interrumpía la angustia. Entendieron que les proponía abandonar el pecado sacramentando el matrimonio. Pero Gelvira le dijo que se apartara, que se marchara lejos. “Nuestro amor está por encima de todas las leyes de la Iglesia y de la Reina”, le dijo rechazándolo con toda la fuerza que le quedaba. Le llamó “maldito”.
Rechivaldo le recordó que, sin estar él presente, no la dejarían permanecer más en la ergástula; y para volver a entrar, él tendría que acompañarla, por lo que se rindió Gelvira con sumisión endiablada diciéndole: “En este día aciago, te maldigo, te maldigo Rechivaldo”. Y Rechivaldo se apartó discretamente, aparentando haberse avergonzado de esos y otros improperios escalofriantes que le había lanzado Gelvira.
Rechivaldo esperaba a que los carceleros sacaran a rastras a Gelvira porque no quería despegar las manos de los barrotes, para lo que le golpearon los dedos con el mango de una maza, y ni por esas los soltaba de su asidero. Tuvieron que despegarle uno a uno descoyuntándole cada dedo y arrastrarla por el suelo.
Yo seguía pensando que Rechivaldo ocultaba muchas cosas. A los carceleros les costó trabajo arrancar dedo a dedo de Gelvira fundida con los barrotes de la jaula, y Martín, dentro, no resistió el momento y quedó como muerto, sin sentido, con la cara roja y puntos de sangre por la frente y por la cara.
Rechivaldo quiso congraciarse con ella, y se ofreció a llevarla en su carreta a la casa del Deán diciéndole que no le tenía en cuenta sus injurias, pues él también soportaba un nudo en el pecho que no le dejaba decir nada, que no sabía bien lo que decía, y le pedía perdón por si la había ofendido.
A pesar de que le pedía perdón, yo no estaba convencido de que sus palabras fueran sinceras. Pero a Gelvira, a pesar de todo, le ablandó el corazón, porque accedió llorando a que la llevara mostrándole el candor más exquisito de su sentir, insinuándole, sin aspavientos, que lo perdonaba.
Astorga estaba desierta. Una intensa niebla se había apoderado de la noche.

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(Astorga hoy. Ni la Catedral actual existía entonces ni, por supuesto, el palacio de Gaudí, pero el cielo tendría el mismo aspecto que el de esta página)

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