El enigma de Baphomet (201)

in #spanish6 years ago

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Mientras pensábamos cada uno por separado, se acercó al reguero para echar un trago de bruces sobre el agua, arrodillado en la hierba. Al levantarse, se preguntaba con las mejillas rojas, lamentándose:
—¿Cómo se le pudo ocurrir mendigar con las alforjas llenas, con una fortuna dentro?
—Martín no sabe que constituye un delito —le indiqué—. Y yo sé que viajar con las alforjas llenas de oro es un gran delito, por la casualidad de haberlo oído, de pasadas, en la portería del monasterio. Tú lo sabes porque te codeas con los grandes del reino, que son los conocedores de las leyes para sortearlas y hacer trampas a los más pobres, de los que viven engañándolos.
—La Reina madre —me argüía Rechivaldo— no hace más que repetirlo en todas partes, aunque no esté escrito en los cuadernos de las cortes: que aunque no se conozcan los fueros y las leyes de las cortes, todos los campesinos han de cumplirlas, para ello se dan los bandos en las plazas de los pueblos, que lo que todos tienen bien agudo es el oído; y el que no oiga a los pregoneros de los “hombres buenos” y los “ricoshombres” títulos honoríficos que figuran en todas las escrituras, es su culpa e igual tienen que pagarla.
—A la reina —le repliqué— la oís cuatro clérigos amigos, que hasta a los obispos también los está apartando de su compañía para darles todo el poder a los concejos y a las hermandades de las villas y ciudades.
—Pero en los bandos pregonados en las plazas de todos los pueblos por orden de los alcaldes —intentaba convencerme—, bien claro han dicho que se condenará con la muerte al que intente sacar oro y plata del reino. Un mendigo no tiene casa, puede andar libre de reino en reino, pudiendo escapar en cada momento. Además, si tiene tanto oro es por haberlo robado. “Un malhechor de la peor ralea”, me decía el alcalde delante del juez y el notario. Por otra parte, acrecienta el delito poseer monedas moras y romanas que no han sido fabricadas en la ceca del Rey. El que demuestre que son herencias de sus antepasados tiene que fundirlas y cambiarlas por monedas en curso, por maravedíes de oro. No entregarlas a la casa real es lo mismo que declararse convicto de delito. Cuando le pregunté al juez a ver por qué lo habían encarcelado, me leyó y releyó varias veces, poniéndome el dedo en la frente con cara de advertencia severa y de pocos amigos, los artículos de las distintas cortes celebradas durante el reinado de Fernando IV, en los que figura lo concerniente a la circulación de monedas contrahechas, malas y falsas, no labradas en las casas del Rey. La reina madre hace cumplir lo que su hijo el Rey Fernando dictó con la anuencia de los concejos, mandó tajar todas las piezas viciosas, y además, el alcalde me advirtió con mala cara y con ironía desmedida, que no entendían cómo yo, “tan cantarín con la reina”, y volvió a repetirme saliéndosele espumilla por la comisura de los labios: “tan cantarintín con la Reina María de Molina”, no me había enterado del rigor de las leyes tocantes a la moneda. Tienes que entenderme. No puedo, por nada del mundo, dar a entender que defiendo a Martín; inmediatamente me acusarían de cómplice y con él me encerrarían en la jaula. Ya me he comprometido demasiado, que casi me notan que lo defiendo.

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