El enigma de Baphomet (171)

in #spanish7 years ago

Captura de pantalla 2018-03-18 a las 11.35.15.pngHabía pensado subir a la Atalaya a comer algo caliente y colgar unas tablas a modo de estantes para colocar los pergaminos nuevos, pero se me quitó el hambre de repente. Quise distraerme pensando en que todavía quedaba bastante tinta en el tintero; pero la pluma ya empezaba a desgastarse: trazaba el rasgo grueso. Tenía que haber sido más precavido y pensar, a su debido tiempo, que la nieve tapa todo y sería difícil encontrar otra de similares características. Veremos si con esta nevada encuentro plumas de águila por alguna parte. Tendré que subir a las rocas, adonde venían a posarse el primer día; y escarbar en la nieve, que ahí tiene que haber alguna.
A trancas y barrancas caminé rodeando la tapia de la huerta del convento y llegué a buscar a Gotier al pajar donde se encontraba. El hombre rubio que vi cuando dejé al niño en la cuadra debía de ser él, que estaba allí escondido. Supuse que su compañía me animaría, en vista de que se me estaba haciendo insoportable la existencia. Era imposible que Dios fuera tan injusto al tratarme de esa manera. No obstante, ya me estaba acostumbrando a los zurriagazos que da la vida perra, que es por lo que yo creo que tiré para adelante. Me acordé de mi madre: “Dios aprieta pero no ahoga”, decía a mi padre cuando le venían mal dadas sobre todo en los años de malas cosechas.
Gotier podía ser la solución a la abulia que me ungía después del machetazo recibido en mitad de la cabeza con la noticia de la muerte de mi hijo. Algo me ayudaría su presencia y sus consejos de sabio si viniera a vivir conmigo, y así compartir con él mis desgracias.
Seguí andando por la nieve hundiéndome hasta el muslo, como sonámbulo, igual que si estuviera buscando algo que no encontraba por más vueltas que diera. Iba y venía nervioso sin saber qué hacer. Mejor sería no pensar si quería seguir viviendo.
Ya sólo me movía enterarme cómo y de qué había muerto el niño.
Llegué al pozo pero Gotier allí no estaba. Además, no se veía el fondo ni el reflejo del agua. Apoyado en el brocal lo llamé dando voces por si acaso:
—¡Gotier! No temas. Dime si estás ahí abajo. Te sacaré yo tirando de la cadena, que es muy difícil salir tú solo.
Si estaba allí abajo, debía de estar aterrado porque no contestaba. Y seguí insistiendo:
—¡Soy Martín...! Martín Castriello, el templario del que te habrá hablado Petrus. Petrus Porterus, Roderico. No temas y contéstame. Roderico se llamaba en su vida de templario.
El eco de mis voces en el pozo se multiplicaba saliendo a bocanadas como si las lanzara con un cuerno a las rocas de las montañas.

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