El enigma de Baphomet (170) Epitafio en lengua armenia de Alfa o de Omega

in #spanish7 years ago

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—¿Quiénes son Alfa y Omega?—Dos médicos templarios que murieron degollados por los moros, pero es muy largo. Sobre Alfa y Omega, tengo para escribir cien hojas. No obstante ahí traigo mis pergaminos: un resumen de mi vida en el que los menciono porque, sin duda, marcaron una piedra miliar en mi camino. Espera que suba a la tapia y te los doy desde arriba, para que no se deterioren al caer sobre la nieve. Guárdalos en un lugar seguro.

—Descuida, que los guardaré junto con los de Rechivaldo para que los lea el Abad el primero.

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Creo que, antes de dejar que salgan del monasterio, habrá que escribir varias copias por si acaso los reyes de Francia, Aragón y Castilla quisieran destruirlos al verse culpables de los crímenes que han cometido contra El Temple. Estoy pensando que, antes que al Abad, se los enseñaré a Gotier primero y le pediré consejo. Y me fiaré de todo lo que opine, ya que es el hombre más sabio y prudente del Temple. Ha venido no sólo huyendo de la muerte sino buscando nuestros pergaminos.
—Pero en esa colección no van incluidos los que tú esperas. Léelos tú primero, antes que nadie, y así te enterarás; que es un relato muy largo para contarlo con pocas palabras. ¿Dónde está Gotier, que quiero verlo y hablarle de Alfa y Omega?
—Estará ya en el pajar, supongo. Hoy tengo que llevarle comida.
—¿Por qué supones?
—Porque la ultima vez, antes de la nevada, yo lo dejé en el pozo. ¡Escondido! Ya le dije que abajo, muy cerca del agua, sobresale una piedra de la pared adonde puede bajar siempre que quiera, siempre que se encuentre en peligro, pero que tenga cuidado, que está resbaladiza con su verdín húmedo.
Mientras Roderico me decía esto, trepé por las llagas entrepiedras del muro a duras penas,

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sujetando el fardo con el pecho, con la cabeza y con una mano cuando me agarraba con la otra; y estando ya con la barriga en lo alto de la tapia, se los entregué en mano. A punto estuve de caerme de bruces hacia dentro. Roderico había puesto una gran cesta boca abajo, y se erguía sobre ella con las puntillas de los pies en las esquinas, estirando el brazo todo lo que podía.
Se abrió la puerta pequeña del convento:
—¡Cuidado, alguien sale! —le advertí—. Guarda bien los pergaminos, que la biblioteca del convento es el único lugar seguro. ¿Quién es aquel fraile que ha salido del convento? Antes de que te vayas: ¿dónde está el niño que te apareció en el gallinero?
—Es el lego Genaro —me dijo volviendo la cabeza sorprendido.
—Ese lego viene deprisa ¿Por qué viene ese lego a oler donde nadie lo ha llamado?
—El niño —me respondió tardío— se ha ido con su madre, que es de quien nunca hubiera debido separarse.
Me interrumpió en lo que más me interesaba volviendo a la preocupación por el fraile que venía:
—El Abad había ordenado a Genaro ayudarme a transportar cestas de leña; y le dije que lo haría yo solo como penitencia extraordinaria de adviento. Ven cuando termines la comida. Ya me las arreglaré para sacar más alimentos del convento sin que se entere nadie. Adiós, hasta mañana. Ese lego impertinente se acerca corriendo, tengo que marcharme.
—Te he preguntado que dónde está mi hijo, que es lo más importante. ¿Habéis dejado que se muera? Hace algunas semanas lo dejé en el gallinero llorando y fue cuando te vi con aquel hombre calvo y rubio...
Quedé con la palabra en la boca mientras se alejaba sin darme respuesta. Me invadió una desolación indescriptible cuando me dijo la cantinela de que se había ido con su madre al cielo; y en ese instante perdí la orientación de mi vida.

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mi banda de rock se llama epitafio!

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