El enigma de Baphomet (165) Martín soporta la primera nevada

in #spanish6 years ago (edited)

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Me despertó el crujir de una viga. No había puesto tanto peso encima como para que las vigas crujieran. Quité el capote que cubría la puerta haciendo de cortina.
¡Estaba todo blanco! Los árboles cargados de nieve, como si estuvieran cansados con los brazos caídos.

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Una jauría de lobos descendía de las montañas más altas, valle abajo, y se entretuvo ahí mismo, en el ensanche del camino, olisqueando los laterales de los matojos que habían quedado descubiertos. Les lancé un silbido y, mirándome todos al unísono, ni se inmutaron, y siguieron su senda en busca de otras alimañas o de rebaños.
Habían caído más de tres cuartas en la primera nevada de este año y el techo de la cabaña estaba abombado, pero había resistido tanto peso encima.
Seguía nevusqueando.
Para desayunar: un trozo de jamón con tocino y una manzana. La última manzana.
Me atollaba en la nieve bajando al monasterio. Menos mal que conocía los árboles por el sendero que había hecho de tanto ir y venir entre la selva.
El frío y el silencio se diluían entre el confuso canturreo de los frailes. No había nadie y me volví a la cabaña.

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Prendí la lumbre entre las piedras del llar que había dispuesto, ajustando la intensidad del fuego según había pensado.
No sólo presentía, sino que lo estaba viviendo: el invierno sería duro. Tendría que bajar por la noche al pueblo y aprovisionarme de algunas cosas, alimentos y algo para tapar la puerta, y, así, mantener seco el capote.
Por la tarde volví a ir al monasterio por si oía llorar al niño, aprovechando el silencio que seguía cerniéndose sobre todo el valle en los ratos en los que ni siquiera se oiría el canturreo entre sexta y nona; y entre vísperas y completas.

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(El monasterio de San Pedro de Montes sufrió los siglos siguientes muchas transformaciones. La desamortización de Mendizábal hizo que cayera en la ruina. La entrada principal y la Iglesia muy transformadas en el siglo XVII y en el siglo VIII se conservan en este estado)

Subí a la tapia por otro sitio que no era tan alta y con menos nieve y sin zarzas.

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(Restos de las tapias tal y como se conservan hoy)

Agucé el oído. ¡Un rumor! Pero no era ningún niño. Se abrió la puerta pequeña dentro de las grandes del monasterio y salió un fraile con una cesta vacía. Se dirigía a los cobertizos donde tenían almacenada la leña picada. Marchaba a paso rápido con la capucha echada. No podía verlo. En esto, tras un gesto de lado, vi que era... ¿Era Roderico? Otra vez se ocultó mirando al suelo.
En momentos como este, siempre parecía que el corazón se me salía de las costillas.
Pensé lanzar el silbido consabido, por el que nos comunicábamos antaño para las citas, pero no me atreví, porque, debajo del hábito, todos los frailes, de lejos, son semejantes. Parecía él. Cuando estaba cargando la cesta, pensé que, si era él y desaprovechaba esta ocasión, igual pasaría mucho tiempo sin tener otra; y silbé muy tímidamente simulando un sonido muy lejano, pero inconfundible en el tono con nuestro silbido de siempre. Soltó la cesta dando un salto hacia atrás sobre la nieve. Salió despavorido del cobertizo mirando a todas partes, dando vueltas sobre sí mismo como los derviches de Anatolia, mirando a las montañas donde le había hecho creer que me encontraba, y me respondió con un potentísimo silbido. Yo observaba el convento por ver si alguien se había alarmado. Justamente, la celda del Abad daba a esta parte y salió a la ventana, pero al ver que era el portero Petrus, que había silbado dando saltos por la nieve, y seguía silbando y silbando para quitar el frío —debió de pensar—, cerró la ventana inmediatamente.
Tiré una bola de nieve, pero todavía estaba muy alejado y ni se percató siquiera. Lo llamé por su nombre bisbiseando: ¡Ro-de-ri-co! Se dirigía hacia mí sin verme todavía. Le lancé otra bola silbándole de nuevo suavísimamente y se la estrellé en el hábito. Me bajé de la tapia de un salto para que no prorrumpiera en exclamaciones. Oí que me llamaba:
—¡Martín! ¡Martín! ¿Eres tú?
—El Abad ha salido a la ventana cuando has silbado tan fuerte. ¿No lo has visto? Yo estoy aquí, detrás de la tapia.
—¿Dónde has estado tanto tiempo? Yo ya había rezado por tu alma.
Engarrió por las piedras de la tapia; y, al ver asomar su cabeza, le dije:
—¿Estás loco? ¿Qué puede hacer un fraile un día como hoy subido a una tapia? ¿No me has oído que salió el Abad a la ventana? ¿Y puede ser que siga vigilándote?
Roderico quedó petrificado con la mirada congelada observándome, juntando las cejas y abriendo la boca, sin decirme nada, como si en vez de ser yo quien tenía delante, tuviera un lobo hambriento y amenazante.
Insistí en mi mandato y también con un ruego, pero no me hacía caso. Yo no sabía si se le pasó por la cabeza aprovechar la ocasión para huir conmigo o es que sólo estaba aterrado al verme. Trepé por la pared y le di un golpe en la frente desasiéndole la mano de la tapia. Cayó hacia atrás rebozándose en la nieve y diciendo:
—¿Qué te ha pasado en la cara?
—Me la rajaron luchando en Capadocia.
—¿Y qué fuiste a hacer tan lejos?
—Es muy largo. No te lo puedo resumir ahora. Mañana te traigo mis escritos, que ahí está todo. Por cierto, se me han acabado los pergaminos que me dio Rechivaldo en la casa que ha hecho en las murias del río de Astorga. Quisiera más pergaminos para seguir escribiendo.
—Rechivaldo ha venido a verme al monasterio y ya me ha contado todo.
—¿Qué es todo?

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Me gustó leerlo. Tienes una seguidora más, y mi voto.

Seguiré publicando la novela, episodio por episodio, y fotografiando escenas que me valgan de ilustraciones que hagan alusión al texto. En papel, la novela es muy pesada, un kilo, y cara, 24 euros. Volviendo hacia atrás se puede leer desde el principio. Antes había publicado también para los amigos "steemians" otra novela finalista del premio "Planeta 1993" titulada "El Baco" que es el preludio de esta: "El enigma de Baphomet". Gracias por leer, @soledadjc

¿Has sido finalista del premio Planeta? Perdona mi ignoracia.

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