El enigma de Baphomet (160) Martín hambriento caza un jabalí

in #spanish7 years ago

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Otro día más:
Ayer dejé de escribir cuando oí gruñir a un jabato.
Bajé con cautela cuidándome de no ser embestido por la jabalina que andaría cerca. Con las jabalinas no se puede descuidar uno pues, cuando se sienten acosadas o heridas mientras están criando, arremeten con furor contra el que se les ponga delante. Afortunadamente estaba perdido de la piara y no me costó mucho trabajo cazarlo a pesar de que era más grande de lo que yo esperaba: un cachorro de tres o cuatro semanas; en canal, algo menos de una arroba, le calculo.
Lo que sí que me costó trabajo fue clavarle la daga en el pescuezo. Mejor dicho, no es que me costara sudores ni especial esfuerzo físico, porque le enredé las pezuñas con un trozo de cuerda muy rápidamente, sino que me daba lástima matarlo al verle los ojos suplicantes pidiéndome clemencia resignado ante la más cruel de las impotencias trabada en las cuatro patas. Lo destacé a la orilla del río y desperdicié las tripas y vísceras que nunca me han gustado. Inmediatamente una bandada de aguiluchos dio cuenta de ellas haciéndolas desaparecer en un momento. Tendría que cuidar el resto no siendo que los animalejos vinieran a robarme la carne en mi ausencia. La tapé con hojas verdes y piedras encima, mientras bajé a un juncal abajo del valle, en un remanso del río. Allí mismo tejí una banasta con los juncos más gruesos y la forré por dentro con hojas de espadañas. La banasta me sirvió para dos cosas: una, para subir barro y cubrir el techo; otra, una vez lavada, para cubrir la carne al lado del agua fresca.
Lajas de pizarra no encontré por ninguna parte, así es que subí las piedras más grandes y planas que encontré en la contornada.
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Otro día:
Por fin, esta mañana encontré acederas en un prado. El trozo de pan que me quedaba, lo remojé porque estaba duro como las piedras. Pero el asado de solomillo aliñado con romero y tomillo me supo a gloria bendita. Bocado de carne tras bocado de acederas. De postre, una pera caruja. Puedo dar gracias al cielo; sólo me ha faltado una bota de vino para que la Atalaya hubiera sido el paraíso.
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Otro día:
Esta noche no he dormido. A cada instante me han despertado toda clase de ruidos y sonidos. Muy de mañana vinieron a saludarme los pájaros. El berrear de los corzos que bajaban a beber agua, el eco de las rocas mezclando los sonidos con aullidos de lobos durante las primeras horas de la noche, el canto de la culebra, el hozar y gruñir de los jabalíes... Para culminar la velada, pasó una zorra que llevaba en la boca una gallina cacareando. Al final, cuando ya iba amainando el coro de las montañas y el sueño me rendía, el llanto pertinaz de un niño igual que el de mi hijo cuando lo dejé abandonado en el gallinero me sobresaltó de golpe y desenrollé la escala inquieto y desorientado. ¡Vaya noche más mala que he pasado! Cuando estaba abajo, desapareció el llanto. Me lavé los ojos en el río para estar seguro de estar despierto.

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Era imposible que el niño estuviera cerca a esas horas, y el convento está lejos como para oír nada, y además oculto por la montaña. Subí otra vez a la Atalaya hasta que de nuevo me despertó el llanto. Abrí los ojos y no se oía más que el croar de un sapo. Ahora que podía disfrutar de mi palacio, me estaba fallando la cabeza. Me desperté bien despierto, y no había ni llanto ni niño por ninguna parte, pero estoy rendido y es el día, desde hace mucho tiempo, que menos he trabajado. Sólo me he dedicado a contemplar mi obra: mi palacio amueblado con un escaño que parece un trono regio, tablón de castaño por respaldo y tablón de roble por asiento. Para evitar la humedad, tablones en el suelo, cómoda cama, paredes que me cubren de los vientos y una puerta con dos trozos de maroma haciendo de bisagras. Encima de las urces del techo extendí el capote de cuero hasta que se seque el barro y traiga urces más finas que hagan escurrir las aguas cuando llueva.
El llanto del niño no me deja tranquilo.
Mañana iré al árbol de las citas con Roderico.

Sort:  

Perdona, no es mi afán el hacerme el impertinente. Pero por aquí, por la Mancha, el término "pescuezo" sólo se lo aplicamos al cuello de las aves. Las cuerdas con que se atan los cerdos para su sacrificio se llaman "maniotas". Los sé por que cuando hacíamos "la matanza" en casa me mandaban: anda niño tráete las maniotas que están en la esportilla.
Continúo con las andanzas de este ermitaño.

Es Martín, el último monje soldado templario del castillo de Ponderada en el siglo XIV. Es novela histórica, amigo @arcoiris

Se me olvidaba decirte que "pescuezo" es una palabra muy interesante desde el punto de vista lingüístico, porque es de etimología incierta, a pesar de que los académicos han dado una explicación, creo que muy simple. Pero esto sería muy largo de comentar. En la Mancha puede ser que tenga un uso restringido, pero en realidad en todos el dominio de lengua española se ha aplicado al cuello de cualquier animal e incluso de persona humana. Gracias por tu comentario, @arcoiris

Tienes razón, es que yo por aquí nunca lo había oido a no ser en aves. Si lo he oído en humanos "retorcer el pescuezo", pero creí que era un simil con lo que se hace con las gallinas o perdices. Pero el diccionario RAE lo dice claro.

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