El enigma de Baphomet (147) El caballo de Martín está herido

in #spanish6 years ago

Blanco me esperaba suelto, impaciente al verme tan agitado arrastrando mi cojera. Casi se me caen los tres huevos que llevaba en una mano y tuve que arreglármelas para saltar la tapia engarriando sólo con la otra mano. Oí que el niño dejaba de llorar. Seguro que Roderico ya lo había visto mientras el pobrín se restregaba los ojitos.
Salí galopando hacia las murias de Martín Agostedo.
Ya no me importaba nada y estaba dispuesto a morir matando a quien se interpusiera en mi camino, por lo que tomé la senda más recta.
Antes de la mitad del camino, Blanco se quejaba de una pata. Intentaba mirarme moviendo insistentemente la cabeza hacia la izquierda. Le revisé las pezuñas y tenía clavada una astilla. Se la saqué con cuidado y salieron unas gotas de sangre. A pesar de todo cojeaba, por lo que tuve que hacer noche por el camino, mala noche, pues apenas me dormía en una cuadra, en el entarimado encima de los bueyes. Me cogió el sueño muy de madrugada. No quise forzar a Blanco en la caminata por lo que nos ocupó todo el día llegar, cuando ya se ponía el sol en el Teleno.

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Desde Astorga me desvié hasta la pradera de las lavanderas y la casa nueva en la que dos albañiles terminaban de retejarla. Les pregunté:
—¿Vendrá hoy el chantre nuevo?
—Los sábados se queda en el palacio del obispo porque el domingo temprano ya tiene que cantar las misas.
—¿Cuánto tiempo hace que es el chantre?
—Si estamos en mayo, y se estrenó de chantre en la misa del Gallo, pues eche la cuenta. Van pa cinco meses.
Aunque la corazonada me lo confirmaba, me aventuré a preguntarles:
—Tiene un nombre del que nunca me acuerdo antes de llamarlo —quise que supusieran cordialidad entre nosotros o por lo menos que yo fuera un admirador del Chantre.
Me informó sin hacerles más preguntas:
—Don Rechivaldo Villafáñez.
—No es Villafáñez, sino Azafayuynez —lo corregí como si en ese momento él me lo hubiera recordado.
—Eso, eso. Cada cual le llama de una manera. Tiene un apellido tan raro... Por aquí nunca se ha oído ese apellido. Tiene nombre y apellido raro pero canta como los ángeles. Retruena la iglesia entera que parece que se van a caer los tejados. ¡Me... cá! El domingo pasado, había cinco obispos oyéndolo. Yo creo que es a lo que vinieron desde Salamanca, Lugo y desde Burgos, y desde otras ciudades, a oírlo. Van a Santa María a oírlo cantar hasta los soldados que nunca van a misa.

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Mañana, domingo, canta la misa de mediodía. Cuando canta el “gloria”, sobre todo, la gente se queda tiesa, con los pelos de punta. ¡Me... cá! Mi mujer y yo, desde luego, no nos lo perdemos.
—A eso he venido desde muy lejos, dada la fama que ha cogido. Mañana iré sin falta a la misa de mediodía. ¡Queden con Dios, señores...!
—¡Adiós! —me respondieron en la despedida.
Paré en el camino a coger del suelo un retal de lino. Era un pañuelo de caballero que estaba nuevo. Al pasar por debajo de un nogal muy cerca de la ciudad, se me ocurrió romper un conjo (nota)*y escribir con él un letrero en el pañuelo: “Peregrinos a Santiago”. Así nadie se extrañaría de nuestra presencia como forasteros. Con un poco de resina que cogí de un pino centenario, que parecía que lloraba por todas las hendiduras, estampé el letrero en la grupa de Blanco.
Cambiar las botas me urgía porque la derecha tenía un agujero en la planta y había perdido la mitad de las costuras. Todavía encontré una tienda abierta en la plaza de San Bartolomé al lado del ropulgo, que vendía de todo. Estaban cerrando pero me atendió un hombre muy serio: **(nota)
—Ya estamos cerrando y tengo todo recogido —cerraba los ojos y ladeaba la cabeza—; hoy ya no puedo despacharlo.
Al verme tan andrajoso no quería hacerme caso y dos veces levantó la mirada de reojo observándome disimuladamente. No le gustaba mi aspecto.
En vez de darle más explicaciones, con unas palabras escuetas logré que me atendiera:
—Quisiera mudarme todo, de arriba abajo, para llegar limpio a Santiago —miré hacia la calle ostentosamente para que viera que dirigía la mirada a la grupa de Blanco y al letrero, a la vez que ponía encima de la mesa la faltriquera de la calderilla y tres monedas de oro.
De pronto, sin recato y sin vergüenza, convirtió la seriedad adusta en atenciones.
—A usted lo dejo yo hecho un pincho —me dijo sonriente.
Me midió de arriba abajo y de adelante a atrás con la cinta medidora. Y me dijo en cuclillas tomándome medidas hasta de las pantorrillas:


*(nota) Nuez verde.

**(nota) Justamente, según los pergaminos originales, en el mismo lugar en el que ahora se ubica el restaurante “La Peseta”.

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Excelente!
te seguí te invito a que me sigas también!!

es una novela, que interesante! voy a tratar de leerla desde un principio me encanto la redacción

Que relato tan enriquecido textualmente, historico y didactico. Saludos!!!

Es una novela histórica, sí. Gracias

Excelente novela, también estoy incursionando en el mundo de la escritura, la sigo leyendo, saludos

Muy bien. Yo siempre dije a mis alumnos que a escribir se aprende escribiendo.

https://steemit.com/spanish/@juanmcabeza/la-muerte-sonada-cuento-original, por aquí con mucho respeto le dejo mi primer cuento publicado, espero su sincera opinión, gracias de antemano. Saludos.

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