El enigma de Baphomet (121)

in #spanish7 years ago

Los taberneros, un matrimonio de mi edad más o menos, me volvieron a advertir que ni se me ocurriera ir a Roma más que por el río. Me ofrecieron cama para dos días con sábanas blancas perfumadas con hierbas, hasta que saliera el barco de Barcelona, y me acomodaron en el único escaño libre en la misma mesa larga en la que se habían sentado dos caballeros, de buen porte, por cierto. Sus ropas nuevas y finos modales delataban en ellos procedencia de alta alcurnia y no iban armados. Los dos con faltriqueras colgadas del cuello sobre la pechera. El aspecto era de nobles hispanos negociadores de reyes en otras tierras. ¿Quizás ricos comerciantes? Aunque hablaban bajo y el barullo era imponente porque todo el mundo vociferaba, afiné el oído: ¡Hablaban igual que yo! ¡Eran leoneses o castellanos; o por lo menos, hispanos! Como vieron que me acercaba a ellos poco a poco, desplazándome sentado en el escaño, arrastrando el culo, no les hizo ninguna gracia y se quedaron mirándome a la cara. Les llamó la atención la cicatriz que me atravesaba de oreja a oreja deformándome la boca, y las dos dagas a cada lado de mi cintura. Los taberneros nos trajeron, a la vez, los tres cuencos de barro con sopas calientes sacadas del pote de la chimenea y tres cucharas de madera.
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Yo ladeé la cabeza para mirar de soslayo, para comprobar si todavía los atemorizaba; y nos cruzamos la mirada. Se estaban poniendo nerviosos con mi presencia.
Uno de ellos, antes de llevar la cuchara a la boca, trazó con ella una cruz en el caldo humeante, mecánicamente, delatándose a si mismo: esa señal la había hecho rutinariamente durante mucho tiempo.
Se habían delatado inconfundiblemente. Me acerqué hasta estar a su lado. Estaban inmóviles, amedrentados. Se les pararon las cucharas en el aire cargadas de sopas, sin acercarlas a los labios. Soplaron para enfriarlas y yo les dije:
—¡Vosotros sois templarios!
A los dos, a la vez, les tembló la cuchara y se les cayó la sopa al cuenco.
Quedaron paralizados. Intenté apaciguarlos:
—Yo también soy templario del castillo de Ponferrada.
Cerraron los ojos y respiraron. Seguí diciéndoles:
—Sólo nosotros, los templarios, bendecimos el plato de caldo trazando la cruz con los cuatro brazos exactamente iguales. Ese es el origen de nuestro signo inconfundible, que si no reflexionamos lo hacemos sin darnos cuenta.
Me respondieron:
—Nosotros tiramos las dagas al fondo del mar, porque teníamos la cruz paté grabada en el mango. Tendremos que comprar otras, pero hasta que no lleguemos a Roma no encontraremos comercio de cuchillos.
—Yo conservo estas dos dagas pero les he rallado las cruces.
Les conté mi historia y ellos me contaron su periplo desde que escaparon de la muerte en Tortosa. Irían a Roma a confundirse con los campesinos de la campiña y empezar una nueva vida para, desde allí, encaminarse a Venecia, por donde habían pasado al venir de la última cruzada, y donde permanecían todavía barcos del Temple al igual que en algunos puertos del Atlántico. Además, en Venecia, comenzaba un comercio floreciente con mucho trasiego de gentes de todo el mundo para poder buscarse la vida. A Castilla no podían volver porque su nombre figuraba en las listas expuestas en los caminos, como el mío.
Yo les decía que, con la cara desfigurada, podría arriesgarme a volver por el camino francés, camino de Santiago, que era el más rápido desde Zagragusza a Astorga, la vía a la que le faltaban pocas piedras, y todavía conservaba los miliarios romanos.
Ellos me insistieron en que, por la tierra de moros, nadie me conocía y podría ir más seguro que por tierras cristianas hasta Jerez de los Alcornocales, único castillo que todavía se defendía. El exterminio de los templarios había sido monstruoso. Me decían:
—El único que queda intacto es el castillo de Jerez.
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(Foto tomada de: http://www.viajarporextremadura.com/cubic/ap/cubic.php/doc/Jerez-de-los-Caballeros.-La-herencia-de-la-Orden-del-Temple-285.htm )

—¿Son los más valientes, los caballeros templarios jerezanos? —les pregunté.
—Estaban siendo cercados por los moros cuando las huestes del rey castellano se acercaron a prenderlos. Ahora, los mahometanos tienen que hacer frente en todas las direcciones contra los ejércitos reales, ¡pobres caballeros templarios! Están pensando que son temidos por su fiereza y la fortificación de sus murallas, y, sin embargo, ni se imaginan que están aislados sin que nadie acuda en su ayuda, y cercados con dos enemigos: los moros y los ejércitos de los reyes cristianos, que de momento, a su vez, libran entre ellos las más duras batallas.

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En tu relato se siente el peso, la tensión por la que pasaron los protagonistas.

Muy buen trabajo, lograste con tus palabras, crear emoción.

Saludos, felicitaciones @jgcastrillo19

Gracias. Seguiré publicando la novela

Tu estilo es para novelas; buena idea la de publicarla.

Saludos 🌞

Buen trabajo y emocionante..... Saludos.

Saludos y muchas gracias.

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