El Baco, Capítulo 60(a)

in #spanish7 years ago

Captura de pantalla 2017-05-26 a las 19.42.41.png60
(F. Chopin. «Op. 25, No 12»)
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Con tantos afanes durante toda la vida, Honorino el viejo nunca encontró tiempo para entretenerse con algo que no fuera la sementera, los ganados, las viñas o la huerta.

Captura de pantalla 2017-05-26 a las 19.44.42.pngSin embargo, durante la senectud, una pregunta le asaltaba el pensamiento de vez en cuando: que por qué su cuñado le habría revelado la importancia que entrañaban los escritos, y sin embargo, su hijo, que era tan listo, nunca le había hecho caso. Se resistía a comentarlo con Domitila, no fuera a ser malinterpretado a causa de su expresión torpe. Siempre tenía a flor de labios: «Yo bien sé lo que digo, aunque no se me entienda; lo que pasa es que los labradores, fuera de la labranza no sabemos más de cien palabras, pero pensamos como si supiéramos millones; por eso, cuando callamos y sonreímos, o decimos: !Cuoño, cuoño! ¡Vaya, vaya!, no es que quedemos engañados porque seamos bubines y no nos demos cuenta de las cosas».
Determinó, después de darle muchas vueltas, llamar a su hijo a La Coruña para decirle que ya había surtido efecto el regalo que había brindado a su amigo Pablo. Cogió el teléfono la secretaria del oficial de la notaría:
—Notaría de don Honorino Acebes LLamazares, dígame.
—¡A ver! ¡No oigo bien! ¡A ver! —se azaró el viejo y levantó mucho el tono, como si estuviera llamando a viva voz, sin medio electrónico—: ¡Oye, chica, dile a Honorino que es su padre! —se calmó y respiró hondo.
El teléfono, para Honorino y Domitila, siempre fue un obstáculo al que tuvieron que enfrentarse con valentía, sacando fuerza de lo más profundo. Todavía no es capaz Domitila de abrir el fuego; ha de ser su marido el que lo descuelgue antes de que ella se quite el pañuelo a la cabeza, que le tapa los oídos, y lo repliegue alrededor del cuello. Domitila se acercaba secándose las manos con el envés de su mandil limpísimo apuntando en sus labios una sonrisilla.
—Dígame, padre —contestó el hijo—, ¿qué tal está madre?
—Aquí viene, después se pone ella —recuperaba el tono medio, hasta que quedó relajado y continuó—: ¡oye, Honorino!, no te llamo pa nada importante, sólo quería decirte que quizás te vaya a ver un catedrático de la Universidad de Granada, yo creo que me dijo. ¡Fue todo tan rápido que ya casi no me acuerdo!
—¿Y qué quería? Bueno, pero... ¿Catedrático de la Facultad de Derecho?
—¡Ay, hijo! No me digas. Verás... es que, estuvo a visitarme porque creía que yo tendría el cuadro del dios Baco y los escritos antiguos de la catedral del Vino.
—¿Y quién le ha contado tus historias? Ya te he dicho, padre, que es mejor que seas prudente y no vuelvas a contar tus historias a nadie porque corren como el viento. Ya ves, me parece que no hay quien las detenga si ya vuelven desde Andalucía.
—¡No, hijo, no! Yo no he contado nada a nadie, ya van varios años, desque tú te pusiste tan enfadado. Lo que pasa es que como le regalé el cuaderno de tu tío en paz descanse, a tu amigo Pablo... este catedrático, que irá a verte, es profesor suyo, y ve ahí... que lo habrán estao leyendo juntos.
Al viejo le temblaba la voz no tanto por viejo como por atemorizado. Domitila presagiaba tormenta al observar a su marido que miraba al infinito, tan atenta y concentrada, que repetía, nada más que con el movimiento de los labios, todas las palabras que su marido iba diciendo delante; y se le fruncía doblemente el entrecejo. Siguió el hijo

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