Capítulo 41. El otoño y el sol que ciega al ponerse

in #spanish8 years ago (edited)

41
(Beethoven. «Sonata No 5, violín y piano»)
El siguiente curso, Emilio, Jaime y Darío solicitaron cambio de Instituto. Los tres pretendían el mismo en el que trabajaba Nachi, pero sólo les fue concedido a Emilio y a Jaime, con lo que a Darío se le despertaron algunos celos inconfesables que él mismo se resistía a reconocer. Con resignación aceptó la negativa esperando otra ocasión en que se produjera una plaza vacante.
Desde la ventana del descansillo del primer piso oyó Roberto a alguien que lo llamaba a voces:
—Roberto, ¿tienes coche o vas en autobús?
—Tengo el coche allí aparcado —contestó.
Eran Darío y Fernando, quienes como dos galgos cruzaron el umbral diciendo el uno:
—Espera, que nos llevas, que no trajimos coche.
Roberto y Darío habían sido condiscípulos en la Universidad, y recordaban con nostalgia la tuna a la que pertenecían de estudiantes, la multicopista clandestina, «los sociales» camuflados en las asambleas, los bocadillos que llevaban a sus delegados de curso mientras pasajeramente permanecían en la «trena», y tantas otras cosas de sus mejores años.
—Creíamos que te habías esfumado.
—¿Dónde estuvisteis?
—En el bar tomando unos cafés, charlando con la gente —decía Darío apagando el sofoco.
—Vamos al coche. Allí me contaréis.
—¿Y Trini?
Trini es la mujer de Roberto, también profesora, que se había ido inmediatamente en su coche.
—Salió disparada. No confía en que el niño se haya adaptado a la guardería.
Como habíamos traído los dos coches, no me importó hacerme el remolón. — ¿Qué os pareció el claustro y el dire?
— Ese tío, a mí me cae bien —contestó Roberto—. Yo nunca había supuesto organización igual. Este curso empieza mejor que el pasado, cada profesor con su carpeta, todos los papeles por orden, tutorías... horarios... Un poco leguleyo parece pero, para dirigir es necesario conocer la legislación. Desde luego, ha hecho un alarde de conocimientos jurídicos. A la moza de Ciencias Naturales…
—¿Cuál?
—La gorda que estaba sentada al lado del catedrático de Griego.
—¡Vaya corte que le pegó! —interrumpió Fernando sonriendo.
—Desde luego, es cortante.
—Pero hombre, a quién se le ocurre, preguntar al director, el primer día, si se va a poder participar y opinar libremente o si van a impedir los cargos directivos todas las iniciativas. Si a mí me pregunta eso le hubiera contestado más cortante todavía. Yo creo que es de poco sentido común presuponer cosas semejantes. Que los tres hemos sido miembros de equipos directivos y sabemos lo que es aguantar impertinencias.
Entraron en el coche, y se perdieron entre el tráfico de la avenida. Un atardecer de los primeros días otoñales: los árboles de hoja caduca que salpican ambos lados de la calzada comienzan a amarillear; el sol bajo y omnipotente deslumbra por el espejo retrovisor; en la ciudad bulle un sonsonete de niños y vehículos entre el chasquido de las persianas metálicas de los comercios que cierran, al chocar contra el suelo.