24 y 25 (Capítulos de mi novela "El Baco")

in #spanish7 years ago

Capítulo 24 Entró Pablo algo fatigado, como si hubiera participado en una carrera de fondo, y el comandante de Iberia lo recibió pletórico, pues había llegado al culmen de su carrera. Se adelantó Pablo:
—¿Tú qué haces aquí? ¿No volabas hoy hacia Argentina?
—He aceptado la oferta de mi vida. Me voy a la «TWA», porque en «IBERIA» habrá problemas, según me ha informado un profesor de economía.
—¿Así, de repente?
Se arrellanaron en el tresillo:
—No, hijo, no. A tu madre hace unos días que le había dado el disgusto, cuando estabas de excursión con tus compañeros. Las condiciones económicas son inmejorables.
—¿Y nosotros qué haremos?
—¿Qué vais a hacer? Como yo, acostumbraros a la vida americana. Ya está todo arreglado. Viviremos en el estado de Ohio, y antes de un mes tendremos que habernos instalado. Dame ese sobre que está en la mesita.
Pablo extendió el brazo, e inquieto, extrajo unas fotos que miró sorprendido exclamando:
—¿De quién es este palacio?
—No es un palacio; es un chalet; desde luego, una monería. Es lo único que consuela a tu madre, porque todavía no lo ha asimilado.
—¡Qué guay, papá. ¿No me estarás tomando el pelo?
Sonrió satisfecho el comandante con el uniforme azul marino puesto:
—Sabía que a ti te encantaría. Mamá, cuando pase la primera temporada, se habrá acostumbrado, y sólo se acordará del país de la picaresca cuando vengamos a visitar a los abuelos.
—Cuéntame, cuéntame detalles. Este año no gano para sorpresas. Es la noticia más chula que me puedes haber dado. ¿Y el «COU»? Lo haré en América, claro.
—Evidentemente. Te digo que ya lo tengo todo arreglado. En una High School muy cerca de la casa. Fíjate en las fotos. Tenemos cinco mil metros de césped y una piscina climatizada.
—Cuando se lo diga a Leo no me creerá. Todavía me está pareciendo que no he despertado.
Se frotó los ojos con chanza:
—Estoy despierto, ¿verdad?
Su padre sonreía después de la acogida:
—Vete a ayudar a mamá a poner la mesa, pues tomo el vuelo de Madrid a las cinco y media, y ya se está haciendo tarde. Todavía he de ultimar unos papeles en la embajada. ¡Ah!, y esto te va a gustar más todavía: para ir al Instituto tendrás que recorrer unos kilómetros por la autopista. Lo primero que harás al llegar, será sacar el carnet de conducir. Allí se puede conducir a los dieciséis años. —No me lo digas todo a la vez, que me va a dar un soponcio. Dosifícamelo como al que se le da una mala noticia, porque todavía me da algo…
Pablo no contuvo los nervios en su risa y puso un disco de Dire Straits mientras seguía preguntando:
—¿Y la niña?
—Está jugando en su habitación. Le traje una camisita con la bandera de las cincuenta estrellas y ya no la apea.
—No; me refiero al colegio.
—¿No te he dicho que tengo todo arreglado? Tiene el colegio a menos de mil metros y se puede ir andando. Vamos a comer, que apenas me queda tiempo.

Capítulo 25 A media tarde se aisló Pablo en su cuarto lleno de carteles musicales, una portada pseudopornográfica, medallas ganadas en los campeonatos infantiles, litografías sin cuento, una raqueta colgada: tan multicolores las paredes como los rosetones góticos. La mesa de estudio cara a la ventana. Era el duodécimo piso. Precoz la noche, envuelta en una escena de teatro romántico, destacaba los puntos luminosos que se fueron acercando hasta que se hicieron tormenta tenebrosa con tales truenos que retumbaban los cristales. La lluvia oblicua repiqueteaba de frente. Quiso, cuanto antes, cumplir la promesa que había sellado con su palabra, y sintetizó en una página sus impresiones por tierras leonesas para enviárselas a Honorino el notario:
A D. Honorino y Dña Adela, como prueba de gratitud en nuestro fugaz encuentro. (Prosa).
El Viaje.
Saliendo de la pequeña ciudad, sube el tren la cuesta Postiga. En cada unión de carriles, se mecen como a compás, todas las cabezas de los viajeros, cuales galeotes de viejas embarcaciones..., ¿...?; no, remos no llevan. ¿Llevan ansias de llegar? Las expresiones de los rostros son indescifrables. No sé si un sabio o un viejo me sacaría de dudas. Sabio no tengo; pero viejo, es el casillero del paso a nivel cercano.
Era éste, uno de mis paseos por la parte alta y seca del contorno, donde el camino, soleado y polvoriento, parte de la carretera; ni árboles hay ni babosas; allí sólo huele a tierra, que se aleja y se aleja hasta tocar el cielo.
—Buenos días, señor, —le dije al hombre por la ventana de la caseta, y, cuál no sería mi zozobra, cuando no encontré respuesta a mi saludo. Dormido no estaba; era sordo; leía una revista nueva de la misma semana en que vivía y el embeleso en su lectura le ayudaba a olvidar su ventana carcomida. Mas no tardó en percatarse de mí; entonces, lo saludé con una sonrisa y esperé en la puerta a que se levantara.
Como si fuera un rito mágico cerró la revista y, al levantarse, la posó en la almohadilla donde se sentaba. En los segundos de espera, me sentí violento de no saber por qué le iba yo a preguntar por la expresividad monótona o no de los viajeros; y disimulé pidiéndole un trago de agua de su botijo fresco. ¡Es fácil hacer poesía interior, mas no comunicarla y que el otro la comprenda!
Con voz pausada y sin quiebro me dijo:
—Está heladita; todas las mañanas la traigo del pueblo, y traigo también este cestito de helechos. Ahora dicen que de la luz sacan hielo; yo no lo creo. El hielo sólo lo hace el invierno en los charcos y en la fuente de la plaza…
Y como con desprecio, batía temblorosas sus mandíbulas secas y sin dentadura.
Yo escuchaba después de beber, y, sin dejarme hablar, me dijo levantando el dedo:
—¡Cincuenta y siete años sentado en esa silla y cerrando las cancillas a las horas del correo! No me jubilan, no; y ya soy viejo; enviudé a los sesenta y tengo tres nietos. A Rosalinda... bueno, no, a los tres los quiero.
Moviendo las cejas arrugadas se reía mirando al horizonte:
—Hace poco «vinon» los tres, la hija y el yerno. Buen yerno me trajo; y trabajador; gana un buen sueldo.
Y así hubiera estado compartiendo con alguien sus sentimientos fraguados en la soledad del paso a nivel de la carretera.
—Y usted, ¿no va a verlos? —le pregunté yo.
—Nunca he salido del pueblo —y se reía—, pero todos los días le digo adiós al correo que marcha. No he viajado, pero un viaje me queda que hacer, ya soy viejo.
Su rostro expresaba, al decir esto, resignación y miedo; y muy serio, tragaba saliva afilando más su barbilla puntiaguda.
—¿Otro traguito? —me dijo al ver en mí un ademán de despedida, satisfecho de que le hubiera escuchado un poquito.
—Muchas gracias, señor —le contesté acercándome a su oído, y le metí el botijo en la tinaja de helechos húmedos—. ¡Adiós, buen hombre! —le dije. Esta expresión se la había oído a la gente de los pueblos.
—¡Adiós, mozo! —me contestó sonriendo; y entró a sentarse en la almohadilla negra y brillante por el uso y por el tiempo.
Sin más encabezamiento que la dedicatoria, sin fecha ni firma, envió a La Coruña la que consideraba su mejor página literaria.
A Honorino y Adela le hubieran agradado, al menos, unas letras.
Pasadas dos semanas ya estaba asentado en Pataskala, en el estado de Ohio, a pocos kilómetros de Columbus, con su familia, poco antes de comenzar el curso académico.

25
A media tarde se aisló Pablo en su cuarto lleno de carteles musicales, una portada pseudopornográfica, medallas ganadas en los campeonatos infantiles, litografías sin cuento, una raqueta colgada: tan multicolores las paredes como los rosetones góticos. La mesa de estudio cara a la ventana. Era el duodécimo piso. Precoz la noche, envuelta en una escena de teatro romántico, destacaba los puntos luminosos que se fueron acercando hasta que se hicieron tormenta tenebrosa con tales truenos que retumbaban los cristales. La lluvia oblicua repiqueteaba de frente. Quiso, cuanto antes, cumplir la promesa que había sellado con su palabra, y sintetizó en una página sus impresiones por tierras leonesas para enviárselas a Honorino el notario:
A D. Honorino y Dña Adela, como prueba de gratitud en nuestro fugaz encuentro. (Prosa).
El Viaje.
Saliendo de la pequeña ciudad, sube el tren la cuesta Postiga. En cada unión de carriles, se mecen como a compás, todas las cabezas de los viajeros, cuales galeotes de viejas embarcaciones..., ¿...?; no, remos no llevan. ¿Llevan ansias de llegar? Las expresiones de los rostros son indescifrables. No sé si un sabio o un viejo me sacaría de dudas. Sabio no tengo; pero viejo, es el casillero del paso a nivel cercano.
Era éste, uno de mis paseos por la parte alta y seca del contorno, donde el camino, soleado y polvoriento, parte de la carretera; ni árboles hay ni babosas; allí sólo huele a tierra, que se aleja y se aleja hasta tocar el cielo.
—Buenos días, señor, —le dije al hombre por la ventana de la caseta, y, cuál no sería mi zozobra, cuando no encontré respuesta a mi saludo. Dormido no estaba; era sordo; leía una revista nueva de la misma semana en que vivía y el embeleso en su lectura le ayudaba a olvidar su ventana carcomida. Mas no tardó en percatarse de mí; entonces, lo saludé con una sonrisa y esperé en la puerta a que se levantara.
Como si fuera un rito mágico cerró la revista y, al levantarse, la posó en la almohadilla donde se sentaba. En los segundos de espera, me sentí violento de no saber por qué le iba yo a preguntar por la expresividad monótona o no de los viajeros; y disimulé pidiéndole un trago de agua de su botijo fresco. ¡Es fácil hacer poesía interior, mas no comunicarla y que el otro la comprenda!
Con voz pausada y sin quiebro me dijo:
—Está heladita; todas las mañanas la traigo del pueblo, y traigo también este cestito de helechos. Ahora dicen que de la luz sacan hielo; yo no lo creo. El hielo sólo lo hace el invierno en los charcos y en la fuente de la plaza…
Y como con desprecio, batía temblorosas sus mandíbulas secas y sin dentadura.
Yo escuchaba después de beber, y, sin dejarme hablar, me dijo levantando el dedo:
—¡Cincuenta y siete años sentado en esa silla y cerrando las cancillas a las horas del correo! No me jubilan, no; y ya soy viejo; enviudé a los sesenta y tengo tres nietos. A Rosalinda... bueno, no, a los tres los quiero.
Moviendo las cejas arrugadas se reía mirando al horizonte:
—Hace poco «vinon» los tres, la hija y el yerno. Buen yerno me trajo; y trabajador; gana un buen sueldo.
Y así hubiera estado compartiendo con alguien sus sentimientos fraguados en la soledad del paso a nivel de la carretera.
—Y usted, ¿no va a verlos? —le pregunté yo.
—Nunca he salido del pueblo —y se reía—, pero todos los días le digo adiós al correo que marcha. No he viajado, pero un viaje me queda que hacer, ya soy viejo.
Su rostro expresaba, al decir esto, resignación y miedo; y muy serio, tragaba saliva afilando más su barbilla puntiaguda.
—¿Otro traguito? —me dijo al ver en mí un ademán de despedida, satisfecho de que le hubiera escuchado un poquito.
—Muchas gracias, señor —le contesté acercándome a su oído, y le metí el botijo en la tinaja de helechos húmedos—. ¡Adiós, buen hombre! —le dije. Esta expresión se la había oído a la gente de los pueblos.
—¡Adiós, mozo! —me contestó sonriendo; y entró a sentarse en la almohadilla negra y brillante por el uso y por el tiempo.
Sin más encabezamiento que la dedicatoria, sin fecha ni firma, envió a La Coruña la que consideraba su mejor página literaria.
A Honorino y Adela le hubieran agradado, al menos, unas letras.
Pasadas dos semanas ya estaba asentado en Pataskala, en el estado de Ohio, a pocos kilómetros de Columbus, con su familia, poco antes de comenzar el curso académico.


(Hace cuarenta años, ahí estaba la caseta del guarda-agujas)


(Río Tuerto)

Coin Marketplace

STEEM 0.28
TRX 0.12
JST 0.032
BTC 69516.43
ETH 3791.51
USDT 1.00
SBD 3.84