No era de este mundo...

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-María no parece era de este mundo.- Sí, eso era lo que pasaba por mi mente cada vez que veía a María.

Hacia como un mes la conocí. La veía pasar todos los días frente a mi casa. Siempre sola. Nunca la vi en el colegio. Fue un día que se le cayó una caja que le costaba llevar y la ayude a levantarla. A partir de ese día compartía muchos ratos juntos, ella una adolescente de unos 15 o 17 años, algo tímida pero por sobretodo, muy linda. Nunca le pregunté la edad porque si lo hacía seguramente quedaría con las mismas dudas, pues, no obtendría respuesta. María nunca hablaba, solo me miraba, escuchaba y algunas veces, sonreía.

Nuestros encuentros se eran más seguidos con el pasar del tiempo. Todas las tardes al llegar del colegio, me dirigía al parque cerca de mi casa, donde sabia que estaría María esperándome. Nos poníamos a jugar o simplemente, sentarnos para contarle chistes, historias, hacerle bromas. Siempre tuve un don para la comedia y disfrutaba compartirlo con todos mis amigos del colegio. Y ahora me gustaba compartirlo con María, era difícil que me regalara una sonrisa, simplemente se sentaba a observarme fijamente y eso era algo que sin duda, me hacía sentir un poco incomodo y más en esos momentos en los que me atrevería a decir que no parpadeaba pero en medio de los juegos y mis chistes no le prestaba atención a esas cosas.

Un día, mi amigo del colegio, llamado Efraín, llego con su bicicleta nueva y se acerco a nosotros, me ofreció dar unas vueltas en su bici, la tome y me puse a hacer payasadas. Efraín se retorcía de la risa, detrás estaba María, sonriente y mirándome fijamente. Me acerque hasta ella y le ofrecí la bicicleta – ¿Quieres dar una vuelta? –le pregunte. Ella solo asintió con la cabeza, tomo la bici y se puso a dar vueltas en el parque. Me fijé en que María no llevaba sus manos puestas en el manillar de la bicicleta, su cuerpo parecía flotar en el aire y sin embargo, llevaba el control de la misma… Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver aquella escena. La llamé por su nombre y no me miró, mantenía su mirada fija observando el horizonte y sus brazos cruzados y lentamente se fue acercando hasta donde estábamos.

-¡Ya no quiero jugar contigo! –me grito Efraín, estaba molesto. Tomo su bicicleta con fuerza. María no dijo nada, solo se quedo mirándolo. Efraín se fue despotricando de mí.

-No pensé que Efraín se molestaría por prestarte la bicicleta – le dije. Ella me tomo de la mano y me dio un beso en la mejilla.

Al llegar a mi casa, corrí a donde estaba mi madre y le conté lo sucedido, ella en medio de risas me dijo que me observaba muy cansado y demacrado, que mejor me acostara y descansara. Al ver que ella no comprendía aquello que viví, decidí hacerle caso e irme a mi habitación. Esa noche no pude conciliar el sueño, aquella mirada perdida de María y la reacción de Efraín no podía borrarla de mi mente.

Al siguiente día, me levanté muy temprano y corrí hasta la casa de María. Varias veces la había acompañado hasta la entrada. Esta vez decidí ir más allá. Al tocar la puerta me abrió una abuelita muy amable, que me invitó a tomar asiento y accedí. Le pregunté por María y con una mirada repleta de ternura me respondió que quizás estaba durmiendo, debido a que, se había acostado muy tarde y eso ya era común en ella, que la sentía caminar por toda la casa en la madrugada. Aquello me dejó aún más dudoso, por lo que decidí preguntarle si era su abuela a lo que ella me respondió que no le gustaba hablar sobre eso. Que ella era el único familiar que tenia y que habían pasado por una situación muy difícil. Mientras me contaba todo eso, me miraba con mucha ternura y hasta me tomo la mano y me dio las gracias por ser amigo de su nieta. De repente se levanto y me dijo que tenía que continuar haciendo otras cosas. Me dejo solo, el salón estaba adornado con muchos objetos y cuadros viejos. No había ninguna fotografía familiar en ninguna parte. Esperé unas horas y María no apareció, todo estaba en absoluto silencio. No sabía para donde se había ido la abuelita. Me asome pro la ventana y vi pasar a Efraín en su bicicleta. Salí de la casa y me fui corriendo tras él. Quería que me explicara su molestia. Efraín volteo al escuchar mi grito, detuvo su bicicleta y me miro en forma extraña

– ¡No me molestes, no quiero hablar ni jugar contigo! Les conté a mis padres y me dijeron que no te hablara. ¡Aléjate de mí!- fue lo último que me dijo y siguió su curso, corrí mas rápido hasta que el agotamiento me detuvo, seguía sin entender nada por lo que decidí regresar a casa.

En la tarde me fui al parque y María no llegó. Me sentía un poco impaciente, sentía que algo extraño o bueno, más extraño estaba ocurriendo. Pase toda la tarde esperándola y no llego. En la noche me acosté un poco triste, intente dormir pero en la madrugada sentí que alguien tomaba mi mano, tal como me la tomaba María y un destello de luz iluminó toda mi habitación, desperté y un gran escalofrío invadió mi cuerpo. Por unos segundos escuche un susurro. Corrí a la ventana y al abrirla todo estaba normal, la luna era lo único que iluminaba la noche. Pensé que solo era una pesadilla y regresé a la cama.

Al día siguiente, desperté y corrí nuevamente a la casa de María, quería que me dijera porque no fue al parque a compartir conmigo. Como lo hacíamos todos los días. Estaba decidido a decirle que me gustaba y que yo quería que fuese mi novia. Al llegar a su casa, la puerta estaba abierta.

-¡María! –grite con fuerza en el salón- ¿donde estas?

Me quede paralizado, el salón donde el día anterior converse con la abuelita estaba sin ningún adorno, ningún cuadro. Había mucho polvo y un montón de cajas viejas sobre uno de los muebles. Y no había nadie.

-¿Qué haces acá muchacho?- me dijo un señor que salió del fondo con otros hombres, todos con uniformes de construcción.

-Busco a María…

-¡Pues te equivocaste de casa! Aquí no vive nadie desde hace 40 años. La inmobiliaria la acaba de vender a un empresario que quiere derrumbarla y hacer unos apartamentos. No puedes estar aquí chiquillo. ¡Retírate!… que te has equivocado.

Un escalofrió volvió a recorrer mi cuerpo. Salí de aquella casa. Ahora todo tenía sentido. Ahora sabía porque Efraín se molesto conmigo. Ahora lo entendía. Comencé a correr, sin ningún destino en particular, solo quería correr, las lágrimas salieron de mis ojos a medida que seguía corriendo. No lloraba de miedo, ni de rabia, lloraba porque sabía que nunca más la volvería a ver Ella había desaparecido porque… no era de este mundo.

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