De niño, mi madre decía "Es mejor estar solo que mal acompañado", siempre he dudado de su criterio y además lo decía a conveniencia, cuando por alguna razón no le gustaban mis amigos.
Años después, con tanto tiempo y soledad vivida, tengo que darle la razón, pero también debo acotar algo que la misma frase deja implícito pero no es obvio; la soledad es la compañía de uno mismo, por lo tanto, cuando uno no es buena compañía entonces debe buscar la interacción con los demás.
¿Y como sabemos cuando necesitamos compañía? Eso ya es más difícil de juzgar, cuando la soledad nos impulsa a caminos que sabemos no son los correctos, cuando esos caminos nos llevan a lugares oscuros, cuando la voz que tenemos dentro empieza a susurrar cosas que no son ciertas y nos empuja a juzgarnos y juzgar a otros en base a falsas premisas.
Entonces, la soledad se hace contraproducente, nos enferma, nos corrompe. Deja de ser una herramienta de autoconocimiento y crecimiento para convertirse en un arma de autodestrucción y sólo viéndonos a través de los demás podemos entender que nuestra propia visión está tergiversada, que hemos perdido el foco y que todo lo que nos dice nuestra voz interna es malintencionado, nos convertimos en enemigos de nosotros mismos.
Y ahí está el equilibrio. En encontrar momentos para escucharnos y para escuchar; pero más importante aún, encontrar personas con las que se pueda compartir la soledad.