Hoja en blanco | Escritos de una mente desequilibrada XXXIV

Siento que caigo cada vez que la veo, cada vez que la observo y noto la falta de letras y signos que la llenen. La miro de reojo de tanto en tanto, disfrutando del sufrimiento que me hace sentir al exigirme que escriba sobre ella sabiendo que las palabras se me acabaron.

Se me acabaron las palabras, eso es lo primero que escribo en mucho tiempo. Las lágrimas inundar todo a mi alrededor llevándose con ellas la tinta que creía indeleble, al parecer no hay nada que las lágrimas no puedan borrar, se mantengan o no dónde estaban.

La hoja vuelve a estar en blanco y le grito que no tengo nada para alimentarla, que deje de atormentarme, que me deje salir del abismo blanco en el que me hace caer cada vez más profundo, ese maldito abismo que borra paulatinamente las marcas que he ido dejando en este mundo, un abismo blanco que no me deja ver otros colores y me mantiene en una ceguera casi eterna.

Detente, lo escribo en los cuatro bordes de la hoja como si fuera un conjuro que erradicará su dominio sobre mí. Parece funcionar, las cosas a mi alrededor vuelven a tomar forma, color y profundidad, soy capaz de observar la hoja en blanco sobre el escritorio frente a mí y no tener el impulso de querer arrancar mi cabello a tirones al no poder escribir.

Suspiro y cierro los ojos mientras sonrío, para solo gritar de horror al comenzar a notar las letras que delinean todo a mi alrededor cuando abrí los ojos, estupefacto las lágrimas caen por mi rostro y al limpiarlas resultan estar hechas de tinta. Parpadeando cada vez más rápido intento leer la hoja frente a mí, para solo resignarme al saberme un ser de mentira, de ficción, al enterarme de que solo soy la creación de un escritor, de un Dios, que aburrido con su tiempo crea inocentes para hacerlos sufrir, esperando que el Dios, el escritor que lo creó a él continúe su historia.