Dominio transitorio | Parafilias incomprendidas en un mundo decadente III

No, no sonrías, por favor, deja de hacerlo, no me obligues a volver a flagelar tu cuerpo, no me obligues a levantar mi brazo y blandir hacia ti el látigo que no refleja la clemencia que mi alma quiere darte, por favor, no...

Por más que odio hacerlo, adoro tu voz, adoro tus gritos, adoro como el aire sale a raudales por tus labios y con la misma forma salvaje intenta volver a tus pulmones, pero no puede, no mientras sigas recibiendo lo que pides sin descanso.

No quería, pero tuve que acercarme a ti, tu agonía hecha sudor y sangre es algo que mis labios, mi lengua, nunca van a dejar de querer saborear, y es que son tan escasos los momentos en que me ordenas esto, son tan escasos los momentos en que me permites abandonar mi cárcel voluntaria en una de las tantas habitaciones de tu hogar, son tan pocas las veces en que puedo besar todo tu cuerpo y no solo tus botas negras de cuero, que debo hacerlo.

Sin importar lo que tenga que hacerte, sin importar que el dolor y el placer, que el éxtasis y la agonía, que el arrepentimiento y la aceptación total de mis actos me ahoguen hasta que logro desterrarlos al verte, al oírte, al sentir la suavidad de tus labios contra los míos compartiendo tu sangre en un intercambio de suspiros que igualan a tus gritos en intensidad.

Sin importar que muera, vivo por complacer los deseos que a nadie más les concedes siquiera la oportunidad de conocerlos, sin importar que luego de inmovilizarte haga lo que deseo, sin importar que me castigues privándome del contacto de tu piel contra la mía, sin importar que te alimentes de mi dolor.

Por que sé que siempre volverás a mí, siempre volverás a arrodillarte frente a mí y me pedirás que excomulgue de tu cuerpo lo que está destruyendo tu mente, tu alma, tu ser. Volverás y me pedirás que a través del dolor, de tus sentidos, purifique, salve el alma que tanto ignoras pero anhelas reconocer.

Me dejo someter hasta que llega el tiempo de tus suplicas, de tu desvanecimiento, hasta que te muestras débil ante la debilidad misma, hasta que imploras sin vergüenza el dominio que solo un ser dominado puede ofrecer.