Llevaba un buen rato sentado frente al monitor de las cámaras de seguridad. La modorra dominaba mi ánimo, nunca pensé en desempeñarme como celador en una empresa de almacenaje y distribución, pero el mercado laboral estaba difícil y la única opción que encontré, por los momentos, fue de oficial de seguridad. Hacía poco me había licenciado del servicio militar obligatorio con una hoja de servicio impecable y retomaba mis estudios en ingeniería.

Acababa de terminar el primer recorrido por las áreas internas según la hoja de ruta preestablecida por el departamento, reemplacé en la sala de control al compañero de turno, un hombre de mediana edad que debía enseñarme los procedimientos sobre la marcha, a él le correspondía la ronda por el ala sur de las instalaciones.

El silencio de la soledad nocturna solo era interrumpido por el sonido constante del aire acondicionado. Mientras observaba el monótono monitor de las cámaras de seguridad del edificio, fijé la mirada en la que daba hacia el exterior, específicamente a una calle angosta por donde pasaban esporádicamente vehículos a alta velocidad.

Solo pasaron quince minutos, cuando vi a una esbelta mujer, que cojeaba levemente, transitar por aquella lúgubre calle. Pensaba en el riesgo a que se sometía, de repente, como salido de la nada, un carro plateado le rebasó para estacionarse a escasos metros de ella, vi abrirse la puerta del conductor, sentí angustia por aquella mujer desconocida, al ver como un hombre de contextura gruesa se abalanzaba sobre ella, quien retrocedía sin perderle de vista.

La impotencia se apoderaba de mí, estaba por ser testigo de un horrible hecho, sin perder la mirada vi caer al hombre mientras la mujer se doblaba sobre sus rodillas, recogía algo del suelo y el hombre inmóvil yacía en el asfalto. No podía creerlo, ahora la mujer miraba la cámara que segundos después dejó de transmitir.

Todo fue tan rápido, en mi primera noche como celador, experimenté como la adrenalina corría en mis venas, algo nuevo para mí con todo y los dos años que hice de centinela en el ejército.

Esa noche aprendí, que un segundo puede determinar la suerte entre la víctima y el victimario. ¿Quién lo diría? La aparente presa terminó con el depredador.

Notas:

Relato original de @janaveda

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