El marcalibros: historia de un billete de cincuenta

Pero la fiesta duró poco. Un buen día se esfumó nuestro valor. La insuficiencia se apoderó de nosotros, no alcanzábamos para adquirir ni lo más elemental . Las carteras y los bolsillos se negaron a recibirnos, nos volvimos pesados, fastidiosos, inútiles.

Al día de hoy no servimos para nada, perdón, corrijo, si servimos para pagar el llenado de un tanque de gasolina. Si alguien quisiera comprar un litro de leche tendría que meter en una gran bolsa a tres mil de nosotros, ¡una barbaridad!, ¿cómo nos van a querer?, estamos condenados al fracaso.

No le deseamos a ningún billete esto que nos ha pasado . Cuando nos imprimieron teníamos un sueño compartido: ser manoseados millones de veces, recibir con entusiasmo grasas y sudores. Nos imaginábamos que iba a llegar el tiempo en que la mínima tensión rompería nuestros cuerpos. El mejor final para cualquier billete.

Les vamos a pedir un gran favor: ayúdennos a tener una muerte digna. No nos dejen tirados por ahí, sería terrible que los elementos dieran cuenta de nosotros. No requiere mucho esfuerzo la petición que les hacemos. Podrían por ejemplo, permitirnos acompañarlos en sus lecturas. Con tanto colorido y resistencia servimos perfectamente para marcar las páginas de sus libros más queridos. Es verdad, no fuimos concebidos para eso, pero seguro que seríamos la envidia de todos los billetes del mundo.

Si esta idea progresa puede ser que hasta le den un premio guinness al país . Venezuela sería la primera nación que acuña marcalibros.

Todas las imágenes son de mi autoría.
Hasta una próxima entrega. Gracias por su tiempo.