Nuestros Raros Valores (Parte II).

     Llevo días encontrándome con un muerto, para ser más exacto un perro muerto. Como a muchos venezolanos me ha tocado caminar más que antes últimamente debido a problemas con el transporte público. En una de mis rutas habituales he sido testigo de la descomposición del cadáver de este animal. Para los venezolanos que me leen esto tal vez no les parecerá algo fuera de lo común, no sé qué piensen los lectores de otras naciones latinoamericanas, quizás tampoco se sorprendan, y si resides en un país algo más desarrollado esto te parecerá impensable.


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    Lo cierto es que en mi país ver un perro muerto en las vías públicas es algo normal. No sé si en otros países cuentan con servicios funerarios caninos (suena como un negocio interesante) o si los dueños de perros se encargan personalmente de dar sepultura a sus mascotas. En Venezuela la mayoría de los perros al morir son dejados a un lado de alguna carretera. A veces en bolsas, otras veces sin nada. Claro, también están los perros que son atropellados y los callejeros que fallecen por otras causas.

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    Pero centrándome en los que alguna vez fueron mascotas, me entristece la idea de que este sea el destino del llamado “mejor amigo del hombre”. Nunca he sido una persona de tener perros, principalmente por vivir en un apartamento toda mi vida, pero sí he tenido mascotas pequeñas. Junto a mi hermano tuve hámsteres (siempre pensé que el plural de hámster era hámsters pero estaba equivocado jajaja), conejillos de india y periquitos, y cuando éstos morían los enterrábamos en algún terreno cercano.


    Entiendo la dificultad al tratarse de un animal más grande pero me sigue pareciendo una atrocidad abandonar así el cuerpo de una criatura que muchos llegan a considerar como un miembro más de la familia. Recientemente escribí que los animales domésticos como los perros han sido víctima de nuestros deseos egoístas. Sacados de sus hábitats naturales, mezclados y criados desde la antigüedad para obtener distintas razas que cumplieran con nuestras necesidades, y básicamente acostumbrados a depender de nosotros, es decir despojados de la capacidad de valerse por sí mismos como los animales silvestres.

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    A estos seres que al depender de nosotros sufren por igual nuestras crisis económicas, así como maltratos y abandonos, les espera (al menos en mi país) un final poco honorable. Si bien es cierto que los animales silvestres no son sepultados por nadie y que tampoco heriremos los sentimientos de nuestras mascotas por no hacerlo, esto habla mucho de la condición humana. Valoramos las cosas, mascotas y personas cuando tienen alguna utilidad o podemos sacar algún beneficio de ellas, pero en el momento en que ya no nos son útiles las desechamos sin remordimiento.



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    Si no puedes hacerte responsable de sepultar a una mascota y presentarle tus respetos apropiadamente al mejor amigo del hombre, si no puedes actuar con responsabilidad de principio a fin en una relación con un animal o con una persona incluso, no deberías comprometerte en lo absoluto. Y aquí es donde nuestros raros valores se manifiestan nuevamente: hacemos lo mismo con otros seres humanos y otras veces hasta valoramos más a los perros que a las personas.