La historia de los cubiertos (momento literario)

En cualquier cocina que se precie siempre hay un cajón que pueblan unos cuantos cubiertos: tenedores, cuchillos, cucharas, cucharillas... Por norma uno no suele reparar en la complejidad que entrañan estos metálicos instrumentos: no parecen muy interesantes a simple vista, pero también sienten y padecen. De hecho se sienten utilizados y sufren por ello, aunque también se enorgullecen de sus logros. Su existencia es un tanto miserable, pero no dista mucho de la nuestra: permanecen gran parte de su vida encerrados en el mismo lugar, y, cuando salen, su sola labor es excusar la reticencia a comer con las manos de otros seres que se antojan superiores. Así es, nos entregan sus cuerpos esbeltos y sacrifican su luz de plata para preservar la mundicia de nuestras manos. Luego, por supuesto, obtienen a cambio un baño de espuma, que, podríamos decir que es su salario — aunque algunos humanos ni siquiera los recompensan con eso. Sin embargo, hay algunos que no encuentran la felicidad en esta vida rutinaria, sobre todo los tenedores, quienes, en su desazón, se dedican a la escritura.

Son los más inteligentes de todos los cubiertos. Así se declara, por lo menos, en «Ab capsula condita» ('Desde la fundación del cajón'), una obra histórica escrita por un tenedor, que hoy día se tiene por la perla de su estirpe argéntea. En ella se relatan las glorias de los cubiertos de antaño: el aparato de sus baños de espuma, la opulencia de sus acabados en platino, la pompa de sus habitáculos — otrora criselefantinos — e incluso sus diligentes incursiones en otras cocinas. Tan grande ha sido el éxito que los cubiertos han tenido en sus expediciones, que llegaron a colonizar todas las cocinas del mundo. Ahora sería impensable la vida sin ellos, pero ya nadie les dedica poemas ni rapsodias. De todas formas, la influencia de su imperio todavía sigue más que latente en nuestra vida.

Fuente de la imagen: https://tinyurl.com/ycobbd9f

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