El magnetismo del romance

No hay relaciones sanas y exitosas que puedan protagonizar una obra de arte. Una novela basada en una pareja feliz que no tiene problemas sería un fracaso total. Nos moriríamos de aburrimiento al leerla. Tan pronto como la certeza y estabilidad entran por la puerta, la belleza del arte y la pasión salen por la ventana. Es en la incertidumbre del romance que yace la verdadera pureza del genio creativo. Cuando somos los protagonistas del romance, la realidad y el arte se intersecan; nos introducimos en un mundo paralelo en el que somos vulnerables. En él, al contrario que sus habitantes, no somos inmortales, no tenemos la piel de mármol, y no corre pintura por nuestras venas; sino que somos de carne y hueso y sufrimos con plena crudeza lo que ocurre a nuestro alrededor.

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Cuando el amante cambia de manera radical su comportamiento; cuando un beso no ha de tener testigos, o cuando las expectativas se ven truncadas por algo inesperado; en esos momentos, cuando estamos a punto de tocar el cielo, nos caemos, y sentimos una rabia visceral que magnifica y demora más, si cabe, el éxtasis de tener en nuestro poder aquello que más ansiamos. El placer es mil veces más placentero cuando uno sufre y espera por él. Pero nadie está dispuesto a vivir tanto. Es por esto que buscamos estabilidad; un contrato de permanencia que nos recuerde que todo va a salir bien, aunque sea insulso y aburrido. Huímos del arte, y nos aferramos a la vida; una vida que es menos vida que el propio arte.

• Hyperion