Langostas

in #spanish6 years ago


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Cuando transitaba la escuela secundaria en un colegio salesiano del populoso barrio de La Boca tuve la gran suerte y el privilegio de conocer un diácono de nombre Jorge que era un muy entusiasta organizador de viajes para todos nosotros.

Durante los cinco años que duró mi instrucción para al fin lograr el título de perito mercantil, organizó y llevó a cabo una excursión de dos semanas a las sierras de Córdoba que se realizaban en las vacaciones de verano y por esas cosas del destino pude asistir a todas gracias al esfuerzo de mis padres y también en el 4to. año a la desinteresada colaboración de todos mis compañeros y sus padres porque las arcas de mi familia esa temporada estaban exhaustas.

Todos y cada uno de esos 5 años fuimos al mismo lugar, Embalse Río Tercero, a los hoteles de turismo provinciales que eran baratos, estaban en medio de una bella zona serrana pero fundamentalmente aceptaban contingentes de estudiantes, cosa que no muchos establecimientos turísticos permiten.

Recuerdo el hecho como su hubiera sido ayer, estaban por servir el almuerzo en el gran salón destinado a esos efectos en nuestro propio hotel, aclaro esto porque no todos los hoteles del complejo, que eran siete, tenían un comedor para sus pasajeros así que en esos casos de ausencia del servicio, todos los alojados debían trasladarse a alguno de los otros hoteles para satisfacer los requerimientos de la “pensión completa” con la que cada año contratábamos para esos 15 días de diversión y paseo.

El asunto es que ya casi estábamos por ingresar al gran salón y de pronto por los altoparlantes del sistema de comunicaciones del hotel nos urgieron a dejar prestamente la gran terraza, ingresar al salón y cerrar todas las puertas y ventanas. El cura Jorge que había sido alertado previamente, bajó corriendo y nos alentó a obedecer las órdenes de manera perentoria. Todos queríamos saber el motivo de semejante apuro y bastó con mirar el horizonte para convencernos rápidamente que la cosa era urgente y peligrosa. Se observaba en el horizonte una especie de nube gris, enorme y amenazante que se aproximaba al complejo turístico.

¿Pero qué era eso?

Sencillamente una manga de langostas. Eran millones de estos bichitos que si se los observa individualmente son bastante simpáticos pero cuando vienen en grupos tan nutrido solo dan miedo. Mientras el cielo se oscureció como si una gran tormenta se abalanzara sobre el hotel, las ventanas y la vegetación circundante se llenaban de esos voraces visitantes, el ruido que se escuchaba era tanto o más atemorizante que la visión de los propios insectos, mezcla del zumbido de sus alas y, según nos comentaron, las mandíbulas en acción.

Duró lo que pareció una eternidad aunque visto a la distancia no deben haber sido más de 15 minutos, cuando se fueron todo era desolación, de los frondosos árboles que nos daban sombra y ornamentaban la zona solo quedaban las ramas peladas, hasta una toalla que uno de mis compañeros había olvidado sobre uno de los sillones de la galería había sido comida hasta el punto de no servir más para nada.

Luego nos enteramos que no eran frecuentes pero ocurría cada tantos años y los llamaban los años de las langosta o saltonas y no había remedio para tal situación, solo había que resignarse a recibirlas.

Con el paso de los años, la aparición de los pesticidas y la polución las langostas casi desaparecieron, al menos acabó esa mala costumbre de juntarse de a millones y darse la gran comilona. En algunas pocas zonas del norte y centro argentino cada tanto aparece una de estas mangas pero ya son de menor cantidad y más espaciadas en el tiempo. Uno de los pocos triunfos valederos de la modernidad.

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Héctor Gugliermo

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