Yo fumo y tú fumas. Puedo encontrar tu cara entre las nubes grises que amenazan con jamás disiparse y dejar salir lo que sienten. Los alcatraces que viven a orillas del mar, entre nosotros, piensan en alcanzar las alturas más grandes de sus vidas para luego sumergirse y nunca más respirar. En medio de la niebla, veo tus uñas plateadas bailar sobre el teclado. No somos los mejores oyentes, pero tampoco los mejores hablantes. Como consuelo, envuelves sentimientos en historias sueltas que podrían no ver la luz del sol. Y en caso contrario, yo me enteraría mediante terceros que te critiquen por lo que haces. En silencio haré lo mismo. Creo que ya he dejado claro que me gustan tus historias.

Tu café oscuro y mi té verde se convirtieron en lagos de origen glacial sin escape al mar. Los críptidos que viven en ellos niegan nuestra existencia. Inhalan profundamente y sumergen hasta alcanzar el lecho lodoso de las tazas. El agua es el elemento de los sentimientos. Las tazas, de modelos tan diferentes, son insondables para lo que nos concierne.

Yo fumo, tú fumas. No poseemos nada excepto nosotros mismos y nuestras historias. En nuestras cabezas es donde más solemos vivir; no compartimos almohadas para evitar un choque de mundos. Nos gusta lo que vemos del otro. Me encantaría verte en sueños. Tal vez en ellos seas más accesible, tengas otro nombre, te vistas diferente y hasta seas mucho más elocuente sin importar si llueve o no. La mayor parte de las veces que hacemos un intercambio, nada pasa. Saliva, sudor. Una risa cruel contra alguien. Sé que tu piel siente pero no soy de los que presionan demasiado para obtener una respuesta. Temo lastimarte y confundir tu quejido con otra cosa.

Cuando la niebla aparezca y las gaviotas se entreguen al mar, sentiré la distancia y respetaré tu silencio. Eres lo más extraño que tengo y que a la vez no puedo poseer.

Si llegaron hasta aquí, espero que hayan disfrutado la lectura y ahora me dejen sus comentarios.